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Cantón, Eliseo

Conferencia sobre el Dr. Guillermo Rawson

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ACADEMIA Y FACULTAD DE MEDICINA DE BUENOS AIRES

CONFERENCIA

SOBRE EL

dr. Guillermo rawson

su OBRA DE LEGISLADOR E HIGIENISTA

EN

OCASIÓN DEL PRIMER CENTENARIO DE SU NATALICIO

elíseo cantón

PRESIDENTE DE LA ACADEMIA DE MEDICINA

BUENOS AIRES 25 DE JUNIO DE 1921

CONFERENCIA

Dr. GUILLERMO RAWSON

ACADEMIA Y FACULTAD DE MEDICINA DE BUENOS AIRES

GONFERENCIA

SOBRE EL

DR. Guillermo Rawson

su OBRA DE LEGISLADOR E HIGIENISTA

EN

OCASIÓN DEL PRIMER CENTENARIO DE SU NATALICIO

ELÍSEO CANTÓN

PRESIDENTE DE LA ACADEMIA DE MEDICINA

BUENOS AIRES

25 DE JUNIO DE 1921

"^^'^'^^-^ tM^.

25 de Junio 1821

+ el 2 de Febrero

ACADÉMICO HONQHARIO

PROFESOR FUNDADOR DE LA CÁTEDRA DE HIGIENE PÚBLICA

MINISTRO DE ESTADO

SENADOR Y DIPUTADO NACIONAL EN VARIOS PERÍODOS

Homenaje al Dr. Guillermo Rawson

"Por eso, ¡oh Júpiter! mayor razón, mayor religión me obliga a suplicar- te, que sea mi oración tligna de un cxinsul, digna de un senado, digna de un príncipe, que cuanto dijere sea con libertad, verdatl y crédito, y que esté tan lejos de parecer adulación mi ala- banza, cuanto lo está de necesidad de adular".

Plinio Cecilio Segundo.

(Panegírico de Trxjaiio)

Señores :

Quien observe a la naturaleza en sus gran- diosos caprichos orográficos, tendrá ocasión de ver como, entre las cadenas de montañas que se destacan, erguidas y soberbias, por su elevación entre el levantamiento general que les. sirve de basaimlento plutónico, existen, en cada sistema de cordillera, alguno de esos picos que parecen des- prenderse de entre las altas cumbres, hendir el espacio, y destacar su nivea cabellera en el fondo azul del cielo.

Observando el mundo moral, encuéntrase re- petido el mismo fenómeno del mundo físico. En efecto, entre la gran cadena de intelectualidades que en cada país forman verdaderos sistemas de pensadores, existen algunas elniinencias que cons- tituyen las altas cumibres del pensamiento cien- tífico, filosófico y político y de entre las cuales sobresalen uno que otro pico que vuelan a una

altura tal, que deslumhran y admiran al género huimiano.

Uno de esos picachos admirables de la men- talidad argentina, surgió en la ciudad de San Juan el día 25 de Junio de 1821, -y fué bautizado con el nombre de Guillermo Rawson.

De lejanas tierras, del norte del continente que habitaimos, vino a nuestro país, en los pri- meros albores de nuestra organización nacional, en 1818, un distinguido médico norteamericano, doctor Aman Rawson, a quien la mano secreta del destino llevó a contraer enlace con la carac- terizada señorita sanjuanina doña María Jacinta Rojo.

De esa conjunción de sangres pertenecien- tes a razas tan distintas, nacieron dos niños, uno de ellos en verdad extraordinario por su or- ganización cerebral y dotes morales, hijo digno de los mayores príncipes de la tierra, para que hubiera hecho la felicidad de la humanidad. Pe- ro nacido en el pequeño ambiente de una nacio- nalidad en formación como era la nuestra, su misión ulterior tenía necesariamente que ser más limitada, pero no menos trascendental por sus obras, como sublime por su altruismo.

' Este niño, había de resultar una verdadera bendición de la Providencia para los destinos po- líticos y de la Higiene Pública en nuestro país. Sin duda no fué una suerte para él haber vivido y efectuado su instrucción secundaria y superior en el ambiente sombrío y pavoroso de la tiranía ro- sista, pero para la república que contó en

los momentos más críticos de su existencia con el valioso concurso de su alma templada entre los horrores de la dictadura y los anhelos de li- bertad^ como que tuvo por cuna la tierra de los Sarmiento y Aberastain.

El hogar de austeridad y de virtudes pa- triarcales en que se desarrollaba su organismo infantil, y la dirección acertada y austera de su padre, fueron causas eficientes para que hiciera, a su lado, en forma brillantísima los estudios que para entonces equivalían a los ])rimarios de la actualidad. Desde la iniciación de ellos, en la escuela del agrimensor señor Donet, el joven Raw- son llamó la atención de maestros y condicípulos, tanto por la clara inteligencia como por la seve- ridad de costumbres ho común a su edad. Oajo el punto de vista de las disciplinas ordenadas y dedicación al estudio, predominaba en su psico- logía moral la influencia de la sangre anglo-ame- ricana. Rawson, durante su época de colegial, parecía un inglesito serio,- disciplinado, y estu- dioso, según el juicio de un contemporáneo suyo.

Pero donde verdaderamente principia a des- tacarse y ser interesante la vida de este futuro es- tadista y hombre de ciencia, es después de su venida a Buenos Aires para estudiar física, quí- mica, filosofía y matemáticas, e iniciarse- en los estudios galénicos, y sentir de cerca los efectos del despotismo que ya había tenido ocasión de notar, en su propia tierra, bajo el gobierno rela- tivamente manso, pero siempre despótico de Be- navidez.

El joven Rawson, poseía el alma delicada de un evangelista ; era puro de sentimientos, idealista, intuitivo, y enamiorado de la libertad como un girondino. Amaba todos los progresos y todas las bellezas, porque poseía el talento ne- cesario para comprenderlas y admirarlas.

Grandes debieron ser por lo tanto las tortu- ras morales pasadas por aquel joven que llega- ba a esta metrópoli, enmudecida por el terror, buscando que hablara la ciencia para ilustrarse, nada menos que en vísperas del famoso año 40, cuando el delirio criminal de Rozas horrorizó a la república, después que la hubo sumido en el absolutismo más brutal y despiadado.

Pero también resultóle año de recuerdos im- perecederos y emocionantes, por que las alas de la gloria rozaron su frente juvenil. Rawson te- nía, en aquella época, tan solo 19 años y estudia- ba física con el jesuíta Padre Gomila, cuando un día de clase sobre electricidad, tuvo la claroviden- cia, adivinó por decirlo así, la posibilidad de tras- mitir el pensamiento, a. grandes distancias, m'e- diante la corriente eléctrica, o lo que es igual, des- cubría el principio científico del telégrafo, cinco años antes que lo hiciera Morse, llamando sus fa- cultades deductivas, la atención de aquel virtuo- so miaestro que tuvo mucho que pensar, como é] mismo lo dijera, con la ocurrente inspiración del discípulo.

Dejemos la narración del acontecimiento al mismo doctor Rawson, quien lo hizo desde Roma el 28 de Enero de 1878, en larga e'iínteresautísima

carta dirigida a su amigo el doctor Larrosa. ( 1 ) Dice así :

Estudiaba yo física en 1840 bajo la dirección del sabio jesuíta, el Padre Gomila. Un día en que el padre nos enseñaba cxperimentalmente la acción de la pila voltaica y la celeridad de la corriente elétrica. yo tomé con deliberación un alambre atado a uno de los polos de la pila, sal' con el alambre al patio del colegio, y lo llevé hasta su término, encargando a uno de mis copañeros que hiciera descargas sucesivas sobre mi alambre, acer- cándolo y alejándolo alternativamente del otro polo, se- gún nos lo había enseñado el profesor. Llamé entonces al Padre Gomila, que me dispensaba mucha confianza, y entablé con él el diálogo siguiente : «Aquí recibo, señor, instantáneamente las descargas sucesivas de la pila . si este alambre se extendiera hasta la Plaza Vic- toria, ¿no recibiríamos allí las descargas con la misma celeridad ? -Seguramente que sí, respondió el padre. -Y si el alambre mismo alcanzara hasta la ciudad de San Juan, ¿no se produciría en aquella cstremidad el mismo efecto de las descargas ? ^Creo que sí, contestó él, si el conductor pudiera mantenerse aislado hasta allí : y ¿que deduce usted de esto ? —Me ocurre, señor, que si se diera un significado convencional a las descargas, según su número, se podrían trasmitir palabras a larga distancia, y que yo podría conversar con mi padre, que está en San Juan. —No me había ocurrido eso,» fué

(1) Corre publicada en la importante obra "Estudios y dis- cursos dd doctor Guillermo Rawson", por Alberto B. Martínez, to- mo I, png:. 377, año 1891.

la contestación del profesor, y yo no hablé más del asunto en aquel día. Al siguiente día, el Padre Gomila se pa- scaba en los claustros del colegio como de costumbre ; cuando acerté a pasar por allí cerca, el Padre me llamó y me dijo estas palabras : «i\noche he pensado mucho en sus observaciones de ayer : creo que eso es más serio de lo que parece,, y que es preciso no echarlo en olvido.» Cinco años más tarde el Congreso de los Estados Unidos votaba con gran dificultad y sin fe alguna en los resultados, una suma pedida por el pintor Morse para ensayar un nuevo sistema de comunicación eléctrica entre Washington y Baltimore. El ensayo, muy laborioso^ hu- bo de abandonarse más de una vez, y prevaleció, al fin, con el nombre de «Telégrafo eléctrico», constituyendo uno de los descubrimientos más maravillosos de la edad presente, cuyas benéficas y prodigiosas aplicaciones cu- bren la tierra y la envuelven en una corriente animada de simpatía humanitaria. Morse es un nombre glorioso que no se borrará de las páginas más brillantes de la historia. El mismo principio señalado por en el mo- desto recinto de mi escuela en 1840, había sido aplicado con alguna modificacin práctica en 1846; la gloria se me había aparecido por un momento; no supe utilizar sus inspiraciones, y ella tendió su vuelo al otro extremo de la América para incorporarse en quien mejor que yo lo rnerecía. «Este es tu telégrafo», me dijo mi padre en San Juan cuando leyó en los periódicos la primera no- ticia del invento ; y con esas palabras me quedé candoro- samente satisfacho, prometiéndome seguir, gozando en ellas todos los progresos y desenvolvimientos del telé- grafo

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Según se ve, el talento intuitivo del futuro médico, era toda una esperanza no defraudada por el tiempo. En aquella edad finalizaba ya su primer año de Anatomía, bajo la acertada direc- ción de su insigne maestro el doctor Claudio Ma- merto Cuenca. Sus profesores fueron necesaria- mente pocos pero selectos. No podían ser mu- chos en aquella época de persecución, destierro y hasta de muerte en que le tocó estudiar. Ade- más del ya nombrado doctor Cuenca, formaban el cuerpo docente, los catedráticos, doctor Martín García de Patología interna y de Clínica Médi- ca, doctor Teodoro Alvárez de Patología externa y Clínica Quirúrgica, y el doctor Juan José Fontana de Patología general. Higiene y Farmacología.

' Cuaterno de profesores ilustrados, que tu- vieron el patriotismo de echar sobre sus hombros la pesada responsabilidad de enseñar toda la su- ma de los conocimientos miédicos de esos Heñí- pos, a fin de que cierto númiero de jóvenes consi- guieran dar cima a la carrera emprendida. A ellos les fué dado residir en Buenos Aires, y servir a la enseñanza de las ciencias médicas, merced a su mutismo y absoluto alejalmliento de todo cuan- to se relacionaba con la política dictatorial de Rosas.

El discípulo predilecto y mimado de todos ellos, por su lucidez mental y consagración al estudio, fué Guillermo Rawson. «Desde su ingre- so a las aulas, decían los profesores de la escue- la de Medicina, llamó la atención de todos la ex- traordinaria capacidad infelectual del joven don

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Guillermo Rawson ; y sus buenos y sólidos cono- cimientos en varios ramos de instrucción lite- raria, su aplicación y rápidos progresos de la muy difícil ciencia del hombre, anuncian días de satisfacción y de triunfo para la universidad. Estos días han llegado : sus exámenes y muy par- ticularmente, el general y práctico, con que se ha despedido de las aulas, han sido brillan- tísimos».

Si en términos tan elogiosos se pronuncia- ban los encargados de su instrucción técnicaj y eran glosados al unísono por la prensa y sociedad porteña, no podía caber duda sobre las dotes in- telectuales que ya bosquejaban, en el ex alumno, a una sobresaliente personalidad del porvenir.

Pero, sin duda alguna, y por encima de todos los aplausos dicernidos por la-opinión de sus con- temalporáneos, estuvo aquella corona de laureles te- jida y ceñida a su frente por sus cuatro maestros con juicios y elogios a ningún otro tributados, en la célebre nota, dirigida al Rector de la Uni- versidad, que ha conservado la historia, solici- taní^o para su discípulo Guillermo Rawson, en mérito a sus virtudes, laboriosidad, e inagota- ble y purísima ciencia, antes que por su claro ta- lento, le fuera dispensada la presentación y sos- tenimiento de la tesis, y que se le acordara el título de doctor en forma graciable por la Uni- versidad.

El Rector doctor Paulino Gari, dictó con tal motivo una resolución manifestando no poder acceder a la dispensa solicitada por carecer de

facullades para Iiacerlo, pero disponía a la vez que, tan luego comb hubiera recibido, a raíz del examen de tesis, el grado de doctor en Medicina, se le dirigiese la palabra a nom'bre de la Univer- sidad, por el honor que la hace y los bienes que prú(núete a Ja Patria ; y resultó una fortuna que el Rector no accediera a lo solicitado, por cuanto de esa manera fué enriquecida la literatura mé- dica argentina, con dos discursos magistrales. Véase los importantes documentos de la referen- cia (1).

VIVA LA CONFEDERACIÓN ARGENTINA

¡MUKRAN IOS 8AI.VAJKS rNITAKIOs!

Lo8 CatedrúticoB del Depart:iinento de Meilicina.

fiaenos Aires, Setiembre 17 de 1S44. Año 35 de la Libertad, 29 de la Indeiiendenc-ia y 15 de la Confederación Argentina.

Al señor Rector y Cancelario de la Universidad :

Encargados por V.S. y el Superior Gobierno de di- rigir un ramo importante de las Ciencias Naturales hacia loü santos fines a que la patria y la civilización los en- caminan, profesamos la más grande veneración a los talentos distinguidos que las honran. Proponer a V. S. premios que recompensen la aplicación de altas capaci- dades que nos pertenecen, creemos que es a la \ez i)re-

(1) Comentarios publicados en la tesis del doctor Rawson y en la obra citada de Alberto B. Martínez, "Kawson, Escritos y Discursos", tomo T, páp. 9.

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miar el mérito, y la aplicación, alentar a todoá, hacer justicia a la superioridad de nuestros talentos patrios, y dar, ])Oi fin, esplendor y personalidad a nuestra inteli- gencia. Honrar los talentos extraordinarios de uno de nosotros, es honrarnos nosotros mismos ; honrar la Uni- \ ersidad, la patria, la civilización. Poniendo, como a V. S. lo vamos a suplicar, una corona bien merecida de gloria en la frente iluminada de uno de nu-estros alumnos, lanzamos una chispa de noble y generosa am- bición dentro y fuera de los claustros de la Universidad, y damos un impulso progresivo a las ciencias y las artes. Alguno ha de ser, señor, el segundo nombre famoso que continúe la nómina de nuestras capacidades gerárgicas, porque es preciso, señor, que nosotros, como todos los pueblos, las tengamos ; y el del alumno que motiva esta solicitud, no cede en dignidad y dimensiones a ningún otro nombre que se pueda proponer.

Desde su ingreso a las escuelas de Medicina, lla- mó la atención de los infrascritos, la extraordinaria ca- pacidad inteligente del joven D. Guillermo Rawson ; y sus buenos y sólidos conocimientos en varios ramos de instrucción literaria, su aplicación y rápidos progresos en la muy difícil ciencia del hombre, anunciaron días de satisfacción y triunfo para la Universidad. Estos días han llegado : sus exámenes, y muy particularmente el geperal y práctico con que se ha despedido de las aulas, han sido brillantísimos, a punto que han inspirado a los infrascritos la idea de esta solicitud. El Departamen- to de Medicina, señor, está muy lejos de pensar, que la gracia que de V. S. solicita para su alumno, sea un premio acordado a la superioridad del talento. No, se- ñor : el talento no merece premio por mismo, por no

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suponer \irtud, ni cooperación alguna por parte del que lo posee. Premiar el talento, por ser claro y brillante, no sería más que premiar una obra completa de la natu- raleza, es decir, premiar a la naturaleza y no la virtud y ja laboriosidad de un hombre.

Nuestra mente es muy distinta. No queremos ni debemos premiar un talento ; pero premiar su opor- tuna y fecunda aplicación a las ciencias médicas, es decir, sus rápidos y prematuros progresos en ellas, su laboriosidad, su inagotable y purísima ciencia, en una palabra, su vasta y copiosa erudición.

El artículo 13 del Superior Decreto de 2 i de Junio de 1H27, inviste a la Universidad del derecho de dar el grado de Doctor, sin preceder las pruebas establecidas por el reglamento, a la persona que, a juicio suyo, sea ilustre y eminente en alguna facultad. Los Catedráticos del Departamento de Medicina creen en su conciencia, que el recomendable alumno don Guillermo Rawson, está en el caso de que habla el artículo del citado decre- to, respecto a la Facultad de Medicina, y que es sobra- damente digno, por su erudición y por el honor que a nuestras escuelas hace, de que la Universidad le honre a su vez, confiriéndole un grado de Doctor, previa la singular y honorífica dispensa de la presentación y sos- tenimiento de la tesis, única prueba que le falta rendir para ser condecorado con el bonete y anillo de Doctor.

Por lo tanto, los infranscritos no han trepidado en dirigirse al señor Rector y Cancelario, solicitando de su benignidad, que si, como ellos, lo creyese digno de tal honor, se sirva señalar día y hora en que la Universidad dispense al referido alumno don Guillermo Rawson, la singular y especialísima honra de conferirle el grado

de Doctor en Medicina, por creerle en el caso del ar- tículo 13 del Superior Decreto del 21 de Junio Üe 1827.

Claudio M. Cuenca Teodoro Alvar ez Juan J . Fontana— Martín García.

Buenos Aires, Setiembre 28 de 1844.

Sin embargo de que el Rector está persuadido de la moral, aplicación y capacidad distinguidas que ha acreditado el joven don Guillermo Rawson durante el curso de sus estudios médicos, que verdaderamente hon- ran a la Universidad, no estando, por una parte, en sus atribuciones hacer la dispensa que se solicita por los Catedráticos del Departamento de Medicina, en la pre- cedent3 representación ; y deseando, por otra, premiar, de la manera que le es permitido, el relevante mérito de dicho joven, se autoriza al Catedrático de Anatomía, para que, concluido que haya aquél, el examen de diser- tación, que pedirá en la forma correspondiente, obtenido la competente aprobación sobre él, y recití'.do el grado de Doctor en Medicina, le dirija la palabra a nombre de la Universidad, por el honor que la hace, y los bienes que promete a su Patria. Al efecto instruyase de esta re- solución a los Catedráticos del Departamento de Medi- cina, y al joven don Guillermo Rawson.

Dr. Paulino Gari,

Keetor y Caneelíirio

José María Reybaud,

Secretario

En el mismo día se hizo saber a los Catedráticos del Departamento de Medicina y al ¡oven Guillermo Rau'son, y lo firmaron.

Reybaud .

En virtud de la precedente resolución uni- versitaria, la Facultad encomendaba al profesor de Anatomía, orador y poeta inspirado, doctor Claudio Mamerto Cuenca, el discurso para el acto de la solemne recepción del grado de doctor de que se hizo objeto al joven Rawson. Este discurso, de clásica elocuencia, merece figurar íntegramen- te en este sitio.

DISCURSO

Lo acabáis de oir, doctor Rawson. No soy yo el que os habla : hablaros yo sólo, sería dejar un vacío en los deseos de los que os rodean. Yo soy uno, y vuestros admiradores son cuantos os conocen. A vos es preciso que todos os hablen, que todos os feliciten, porque todos también quisieran tener en parte vuestro triunfo. Son, pues, vuestros compañeros, vuestros maestros, es el Rec- tor, es la Universidad, quiénes han puesto la palabra en mis labios ; es de ellos de quiénes he recibido el en- cargo, bien grato para mi, de felicitaros en su nombre, j)or el honor que a nuestras escuelas hacéis ; suya es la idea, suyo también el pensamiento de esta felicitación, y yo no soy en este momento más que la expresión de sus deseos .

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En efecto, hoy es un día excepcional, de parabienes y regocijo, para la Universidad, y sois vos el justo, el laudable motivo de esta festividad. Vuestro pasaje por los salones de sus aulas ha dejado en pos de una hue- lla luminosa de triunfos y sucesos brillantes, que con sorprendente facilidad habéis alcanzado sobre las cien- cias y las artes ; triunfos y sucesos brillantes que han inspirado la idea de la excepción que se os hace. Así es que al despediros hoy de nosotros, creemos recibir el adiós agradecido de la mejor hechura de nuestras escue- las, y miramos en vos el mejor y más poderoso argu- mento de nuestras doctrinas, o de la superioridad de nuestras capacidades.

Al poner sobre vuestra frente privilegiada el bonete de doctor, que tan justamente habéis alcanzado, la Uni- versidad ha ceñido la suya con una corona de gloria, y vos la habéis regalado el mejor y más frondoso de sus laureles.

Dos coronas inmarcesibles se distribuyen hoy, Dr. Rawson ; ; la que vuestro genio y erudición ha tejido para la Universidad, y la de gloria, de felicitaciones que ella os retorna a la faz de Buenos Aires, de sus talentos., de sus hombres distinguidos. Esta recompensa única, la primera que da a un cursante de sus aulas, es un pre- mio altamente honroso y extraordinario que tributa, no a la eminencia y claridad de vuestro talento, como tal vez pudiera creerse, sino a la feliz y oportuna aplica- ción de esc talento a las ciencias y a las artes ; porque vos, doctor Rawson, convendréis conmigo, que el ta- lento por mismo no es acreedor al premio. La Uni- versidad, pues, al dirigiros la palabra en el día solemne de vuestra instalación en el doctorado, al mismo tiempo

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que os acompaña en \uestra satisfacción y regocijo, os felicita alta y sinceramente por el honor que vuestro aprox echapiiento la hace ; felicita a vuestro padre, a Buenos Aires, a la República toda por los días de triun- fo y gloria que vuestro genio le prepara. No es este paso hijo de un entusiasmo del momento, no una oficiosidad gratuita, es una debida justicia ; no es una ofrenda pe- recedera, una flor fragante deshojada sobre la frente de un hombre en una hora feliz de su vida, es un obelis- co perennal de tan larga duración como los archivos que lo han de contener ; es un signo histórico que seña- lará para siempre un gran acontecimiento nacional— la aparición de un astro sobre nuestro horizonte ; porque, jierdonéme vuestra modestia, vos sois una estrella bri- llante que nace para la República.

Los hombres como vos, doctor Rawson, son .una sonrisa del cielo, una dádiva preciosa, un impulso de ])erfección y mejora, impreso por la mano de Dios en la carrera progresiva del género humano. Vosotros sois la verificación positiva de la perfección total que sueña la fantasía. Venidos de tiempo en tiempo como los come- tas, Uexais como ellos, en pos de vosotros, las miradas absortas del mundo entero que ilumináis. Colocados en- tre la humanidad y su Creador, entre la obscuridad y la luz, entre la tierra y el cielo, estáis organizados .para comprender y revelar los secretos de la vida y la muer- te, la ciencia de los siglos, de la humanidad, de Dios, para comprenderlo y lexplicarlo todo, para guías y bien- hechores de los pueblos y naciones ; vosotros sois, por fin, la lluvia de gracia para el mundo profano.

Mucho -i y muy bellos porvenires han bajado en di- ferentes épocas las gradas de esta cátedra ; pero otro

más brillante, más lleno de esperanza que el vuestro, nunca. Precedido del prestigio que a vuestros condiscí- pulos y comprofesores insi^irais, celebrado por la fama» dueño de la opinión, felicitado por la Universidad, te- neis abierta delante de vos la más linda carrera que se ha ofrecido hasta hoy a ningún talento nacional. Vues- tro porvenir, vuestra gloria, vuestra misi<5n literaria son excepcionales como vuestra capacidad ; marchan a otro templo, ciñen otra corona, trazan otro programa que el que estamos acostumbrados a ver. Los dogmas here- dados, las verdades manifiestas, los principios recibi- dos de la ciencia del hombre, ya os pertenecen. Los misterios ahora, las leyes ocultas, los impulsos secretos de la organización y la vida, por lo mismo que se esca- pan a la penetración de los más, son el objeto a que tienden las grandes capacidades, son también una em- presa y un triunfo digno de vos. Para las cabezas ge- rárquicas, como la vuestra, las han reservado los ar- canos de la ciencia. Yo bien que no volvereis la fren- te delante de ninguna dificultad ; al contrario, espero que la levantéis algún día radiante de gloria sobre los trofeos y conquistas con que ensanchareis el dominio de la ciencia, y sobre los abismos de obscuridad y du- das, que la claridad de vuestro talento hubiese regado. Reducir vuestra misión científica a la órbita co- mún en que se desenvuelven los talentos ordinarios, es tan difícil como encerrar el Océano en uno de sus gol- fos. A los talentos como el vuestro no se les puede po- ner coto, ni trazar círculo de acción, porque todos los límites les son estrechos, y reducidas todas las órbitas . Es preciso abandonarlos a si mismos para que cam- peen con toda la celeridad de que son capaces. Así es

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que vos necesitáis un espacio mayor e ilimitado, para desenvolver y dar movimiento a vuestras facultades. Ne- cesitáis empresas grandes que acometer, tinieblas que iluminar, secretos misterios que descubrir ; algo, en fin, l)roporcionado a la magnitud de vuestra inteligencia. Iréis muy lejos a encontrarlos ; ])orque al dar los pri- mero'- pasos en vuestra carrera tropezareis con cuestas escabrosa? que ascender, con bajíos impenetrables que sondear, con dificultades superiores que vencer. Hay, entre otras, una que debe llamar desde temprano vues- tra atención, ya por ser fecunda en gloria ])ara el que la acometa, ya por pertenecer a la \-ez a la ciencia y a la patria

Hay un libro en blanco, doctor Rawson, que hace muchos años que esperaba la pluma inspirada de un hijo del Plata que~ escriba en él la primera i)ágina : este libro, destinado a jugar un día un rol importante en los destinos de la República, cuando los hombres -ríe vuestra capacidad se hayan ocupado de él, es el libro todavía en blanco de nuestra ciencia médica. Todavía en blanco, doctor Rawson, pero no estará más así, desde que hagáis la resolución de llenarlo ; y a fe que vos lo po- déis hacer. ahí una empresa gigantesca, colosal, digna de vos y para que parecéis destinado. Acometedla, doctor Rawson, escribid la carátula y un jiensamiento en pos de ella,/ que en pos del vuestro también alguna otra cabeza privilegiada continuará la obra. Acometedla, que tal vez, inspirado con vuestro ejemplo, se levante de los bancos de este salón algún talento distinguido, que animado con vuestros sucesos, aspire a la gloria de imitaros ; alguno que quiera tener el orgullo de poner su nombre al lado del vuestro, y que, aunque grande

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por si mismo, quiera serlo todavía más, cubriéndose con vuestra gloria, y eternizarse en la memoria de los- hom- bres, como Pérdicas al lado de Alejandro ; acodmetedla, por fin, que cuando hayáis escrito la ])rimera imagina, ya estará colocada también la primera piedra de la pirá- mide en que se ha de escribir el nombre del liijo ven i turoso del Plata, que rindiese tan valioso servicio a la República .

La disertación o tesis del doctor RaAvson, era dada a la imprenta el año siguiente de ha- ber sido escrita, es decir en 1845, por un amigo de aquel, que ocultó su nombre dentro de la si- guiente explicación que, a título de prefacio, fi- gura en la primera página:

«Disertación y documentos referentes al < grado de doctor en Medicina, que obtuvo « en ía Universidad de Buenos iVires el Sr. «D. Guillermo Rawson. Publícalos un ad- « mirador de su mérito, para satisfacer los '-' deseos de muchos ciudadanos ilustrados y « respetables».

Uno de los ejemplares publicados por aquel anónimo admirador de los ím(éritos del doctor Rawson, figura en la biblioteca de la Facultad con el número 22524 : Es un folleto de formato chi- co, de 35 páginas, editado por la «Imprenta de la Independencia» el año 1845.

Después de la documentación copiada más

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arriba, principia la disertación del joven Rawson con estas interrogantes :

Fortes rrennlur ft^rtihun et bonis,

nec imhellem feroces

Progevtrant aquila-. columhan,

Horat.

Curn nempé genitura ab ómnibus cor- poris partibus procedent, a scenis sana, niorhosis morbosa.

(Hipoer. de morbo sacro)

Señores :

¿ Porqué del hombre nace el ho-mbre? «¿Por- ^ qué las águilas feroces, como dice Horacio, no A engendran la paloma inocente? ¿Porqué la plan- « ta es hija siempre de otra semejante?

« He aquí, agrega, uno de los grandes pro- « blemas de la naturaleza, cuya solución intima- « mente ligada a los misterios de la vida, ja- « más se aclarará del todo a nuestra inteligencia ; « pero que, por lo mismo estimula fuertemente los « deseos de nuestra curiosidad. Os confieso que « he meditado mucho sobre este interesante fe- « nomeno, y que en la dificultad de elegir un pun- « to para formar la tesis que debéis juzgar es es- « te día, no he podido resistirme a la ambición de « ofreceros un pensamiento sobre materia tan es- « pinosa y elevada». !

Desde la iniciación del discurso reveíase la mentalidad superior y atrevida del futuro gra-

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duado. En efecto, en una época en que la embrio- logía solo era conocida de nombre en nuestra Escuela de Medicina, cuando no se enseñaba la estructura íntima de los tejidos humanos, ni era conocida la Fisiología experimental, ni se sabía cosa alguna de la histología y fisiología de los centros cerebrales, porque faltaban los elemen- tos indispensables para su enseñanza, afrontar nada menos que el estudio, necesariamente teó- rico, causal de la vida, en los seres organizados, y de los intrincados problemas de la herencia nor- mal y patológica, son pruebas acabadas de que la audacia constituye un verdadero patrimonio para los que se sientan fuertes y capaces de fi- losofar alto.

El doctor Rawson reconoce las dificultades de los problemas que se plantea, pero no lo arre- dran, analizándolos a la luz de los conocimien- tos aprendidos a sus maestros y en los libros, sin dejar de dializarlos con sus reflexiones y juicios filosóficos, ya que el terreno de la biología ex- perimental no se hallaba a su alcance.

Para abordar el estudio de los complicados fenómenos de la herencia en los reinos animal y vegetal, plantea cual si fuera cuestión previa y de más fácil solución, el más arduo de los pro- blétnias, el relativo al origen de la vida.

Disertando sobre el misterioso principio o iuerza vital que hace de los seres organizados los únicos capaces de propagarse por generación, acepta el origen paradisíaco del hombre y de los animales, y por lo tanto dicho queda que hacia

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abandono de la base verdaderamente científica de la cuestión.

<\' Qué es la vida? se pregunta, ¿y cómo obra ese principio incoercible para comunicarse a la materia y perpetuar así la cadena intermi- ble de las generaciones?... Definir la vida en ge- neral es hacer Is^ historia de los cuerpos vivos, y por lo que respecta al principio vital, si dijéramos que es la causa oculta de los fenómenos oí-gáni- cos, habríamos expuesto cuanto se sabe de él».

Esa causa oculta era para Rawson al prin- cipio, o la fuerza vital, capaz hasta cierto punto de obrar con independencia de los órganos cuyo funcionamiento dirige. Es la inteligencia de las funciones, agrega, y comió dice M. Sardat, es el artista en su taller.

Declárase partidario de la escuela vitalis- ta, analiza y reflexiona con lógica desde su pun- to de vista, pero sin hacer avanzar el problema ni aclarar sus obscuridades, no obstante la belleza de los raciocinios filosóficos.

Aceptado el principio vital, en virtud del cual, la idea o necesidad de una función preexiste al órgano que deba ejercerla, entra lleno al estudio de la herencia. Los seres organizados se reproducen por medios de gérmenes, dice, que llevan, por decirlo así, la naturaleza vital de to- das las partes del cuerpo de donde son origina- rios, y recuerda con oportunidad el pensamien- to ya secular del inmortal Hipócrates, en esta materia, cuando dijo : por que el germen procede de todas las partes del cuerpo.

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«Por manera que ese germen lleva consigo, además de las grandes ideas de imitación espe- cífica, modificaciones individuales, que van a re- tratarse en el mismo ser, a imíenos de circunstan- cias accidentales, que desvien la dirección de los instintos. Todo órgano va a ser copia de un órga- no igual en el individuo que engendra, va a co- piarse con los mismos rasgos que en este lo ca- racterizan. Los' temperamentos, las idiosincracias, las excelencias funcionales de cualquier apara- to, todo entra en el modelo, todo entrará también en el retrato. Tan cierto es esto, que las faculta- des inteligentes y morales no están exentas de la ley».

Acepta que el cerebro es el órgano central y material del pensamiento y que, por lo tanto, las facultades mentales están representadas, o me- jor dicho, tienen su asiento en detei'minada por- ción de la masa encefálica, en una proporción tal que, a m'ayor desenvolvimiento cerebral, debe co- rresponder una mentalidad más diesenvuelta y su- perior. De esto deduce la exactitud de la frenolo- gía, que para él tiene el valor de una ciencia cier- ta, dice, en sus principios fundamentales, si bien incompleta en sus detalles.

«Supongamos, agrega, que los padres de un niño se hagan notar por su benevolencia : esta inclinación celestial, tiene sin duda en ellos un órgano, una parte del cerebro por asiento ; y este órgano estudiado en relación con los otros, pre- sentará una magnitud considerable : en tal caso, ese desarrollo parcial va a reproducirse en et

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hijo, así como se reproducen las facciones, el co- lor, la estatura, etc. Este es un hecho sensible, una ley de pocas excepciones, si se considera de individuo a individuo ; pero donde más evidente aparece, es en el estudio de las familias y de las razas. Voy a transcribir un pensamiento de Vol- taire acerca de la materia, porque expresa muy bien la idea que nos ocupa. «La organización fí- sica, dice, hablando de Catón, transmite el mismo carácter de padre a hijo al través de las genera- ciones y de los siglos. Los Apios, fueron siempre orgullosos e inflexibles ; los Catones siempre se- veros. Toda la familia de los Guisas fueron atre- vidos, astutos, facciosos, etc.».

En esta parte de su tesis, el doctor Ravvson pisa terreno firme, sus facultades intuiíiv^as Jo hacen presentir la existencia de las local izacio- nes cerebrales, imprecisas o inubicables para él, pero que no le dejaban la menor duda acerca su existencia en la masa encefálica, donde actua- ban como órganos de la ideación y de las facul- tades afectivas y morales. Reconoce y sostiene la ley de la herencia, física e intelectual, de los se- res superiores, tantas veces confirmada en la hu- manidad no solo por los ejemplos oportunos, pe- ro remotos, referidos por Voltaire, sino también por los observados en nuestro propio país.

' ¿Quien no sabe, en efecto, que el atavismo intelectual no falló en varias generaciones de los 'Argerich, Montes de Oca, Mitre, Várela, Gutiérrez y Vedia para sólo mencionar algunos ?

Aceptada la trasmisión de las virtudes y

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energías fisiológicas de padres a hijos, pasa a ocuparse de la herencia morbosa directa, en de- terminadas circunstancias, y predisponente, tan solo, en otras. Entre las primieras, coloca a la gota, las escrófulas y la tisis, de aquella época, como hereditarias descendentes, es decir, que no ha- cen su aparición sino un tiempo relativamente lar- go después del nacimiento.

Al estudiar las dos últimas, acepta las ideas de Graves al sostener que, la escrófula y la tisis, constituyen una sola entidad patológica y que los gérmenes procedentes de un sujeto tubercu- loso, llevarían en para trasmitir al nuevo ser, sino la enfermedad misma, la debilidad necesaria para engendrar la predisposición a la tisis.

Como se ve, las ideas del doctor Rawson a] ocuparse de la trascendental y debatida cuestión de la heredo tuberculosis, no podían ser más cla- rovidentes. Se hereda la predisposición, pero la higiene bien aplicada puede anularla en absolu- to, haciendo que hijos de padres tuberculoisos se desarrollen debidamianie, cuando se los aleja de los focos de contagio en tiempo oportuno, de- cía, con elocuente verdad.

En los párrafos finales del admirable dis- curso, que nos ocupa, déjase entrever al higie- nista y sociólogo eminente del porvenir.

;<Si es fácil, afirma, encontrar en las en- fermedades de familia el origen de la miayor par- te de las que padecen los individuos, no lo es tanto, en la generalidad de los casos, poner un remedio a semejantes males. No obstante, for-

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zoso es confesar, que si hubiera más cordura y previsión en las familias, se evitarían una mul- titud de dolencias. No por esto quiero atribuir todas las afecciones hereditarias a los errores de los padres, sino también a sus desgracias. No todos tienen la dicha de poseer constituciones robustas, vigorosas y sanas, es cierto ; pero si esos hombres enfermizos pensaran algo más en los hijos futuros, algo menos en los goces pre- sentes, no tendrían la pena de ver los seres, a cu- ya felicidad se consagran, llevar una existencia miserable, vivir únicamiente para el dolor».

Anticipábase pues, el doctor Rawson en 70 años, a la propaganda social que hoy hacemos, como se anticipan siempre los profetas y los ta- lentos precursores, para conjurar en lo posible la difusión y funestos estragos que acarrean las enfermedades heredo-contagiosas como la avario- sis, lepra, cáncer y la tuberculosis.

La profilaxia social de nuestros días, acon- seja en todos los tonos a los progenitores, lo mismo que el elocuente disertante del siglo pa- sado, o sea, pensar míenos en los goces presentes y algo más en los hijos futuros.

Es cierto, que hoy hemos dado un paso av^an- zando Im'ás, si bien en el orden teórico, al solicitar de los parlamentos leyes protectoras de las ge- neraciones venideras, prohibiendo el matrimonio a los específicos, tuberculosos y leprosos, como miedida de previsión social, pero siempre será un medio eficaz para la consecusión de tan gran idea], la propaganda y el convencimiento indivi-

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dual, apuntado ya por Rawson, de que el hom- bre enfermo no debe fecundar seres que lleva- rán fatalm'ente, en su debilidad orgánica y mor- bosa, los gérmenes de degeneración y de muerte precoz.

Ganado así, el diplomia de médico, con brillo inusitado hasta entonces, el joven graduado que sin duda sentía la nostalgia de la familia y del terruño, fuerzas de atracción incontrastable en las almas bien nacidas y sensibles, corrió hacia la ciudad natal, donde por vez primera vieron sus ojos azules la luz del día, 24 años atrás, y tuvie- ron la oportunidad de contejuplar el vuelo sere- no y sugeridor de los cóndores en el espacio, y la marcha intranquila de los reptiles de la tiranía en la tierra.

Establecido en la ciudad de San Juan, mo- desta población en aquellos años, pero que lo re- cibiera con el entusiasmo y cariño que solo des- piertan los príncipes de la ciencia, dio principio a las tareas profesionales que eran entonces, pa- ra los médicos de provincia, algo así como el ejer- cicio evangélico de un apostolado.

Poco trabajo le costó consolidar la fama de que fuera precedido desde Buenos Aires, pues sobrábanle condiciones morales y preparación científica para hacerlo en breve tiempo. Con so- brada razón decía al respecto, quien más tarde había de ser su teñiible adversario en lides polí- ticas, y comprovinciano suyo, «que gozaba de una reputación superior a sus años, por sus talentos precoces y las recomendaciones de sus profeso-

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res, a cuyas envidiables dotes se unía un acen- drado patriotismo y una energía y nobleza de ca- rácter que atemperaban la moderación de su con- ducta y la unción de sus palabras» (1).

Las energías mentales y el alma republicana que adornaban destacando la personalidad del jo- ven doctor Rawson, no tardaron en sacarlo del limitado escenario médico, impulsándolo hacia el de la política militante para luchar por el impe- rio de la libertad, escarnecida en su ^provincia y en la república entera.

El ambiente político de aquellos días era, en la población sanjuanina, una de las menos ensan- grentadas durante la tiranía rosista, de indolen- cia, apatía y abandono de tx)dos los derechos ciu- dadanos.

Los hombres de posición acomodada se re- tiraban a sus fincas y viñedos, dejando el cam- po libre para que el secuaz de Rosas señor Na- zareo Benavidez, gobernase a su antojo, como un apóstol de la causa, sumiso, bueno, obediente, aficionado a los gallos, y no degollador, pero cui- dado con el que pretendiera hablar de leyes, liber- tades, derechos cívicos, derrocar tiranías o des- obedecer los dictados de su voluntad omnímoda.

Hablando sobre el gobierno del señor Bena- videz, dice don Tadeo Rojo, contemporáneo suyo y de Rawson, en su obra sobre «El doctor Raw- son ante la tiranía», 1878, lo siguiente:

...«Los únicos puntos de reunión eran Jas

(1) "San Juan y sus hombres", en Obras completas de Do- mingo F. Sarmiento.

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tertulias a que Benavidez concurría; las ruedas de gallo y las carreras a que nunca faltaba. La certidumbre de la impotencia y la conciencia del temor habían concluido por arraigar la costum- bre de no pensar ni querer más allá de los estre- chos límites de una existencia poco menos que anim'al. Aquello no era abyección ni abandono; era la vida social sin alma sin pensamiento; e] aislamiento, el silencio y el marasimb de un pue- blo».

«La parte política, principalmente, en cuan- to a las personas, siempre se resintió muy sa- ludablemente del carácter bondadoso, manso y dúctil de Benavidez. Sin embargo de Rosas \y del lemoi- de los jefes de línea y sus sugestiones, la provincia no fué ensangrentada como otras y sirvió do refugio en muchos casos. Había paz o tranquilidad, muy semejante a la de la muerte, es cierto, pero no era enteramente la muerte. El gobierno de Benavidez consistía en no go- bernar, y su política en tolerar y comadrear con todos ^>.

Pero, no obstante la autorizada opinión del señor Rojo sobre el carácter bondadoso, toleran- te y manso del general Benavidez, bueno es re- cordar que tales virtudes no fueron óbice para que aún después de caído Rosas, en el año 1853, mandara encarcelar al doctor Rawson y colocar- le una pesada barra de grillos en las piernas, co- mo emblema de tolerancia hacia las ideas de re- surgimiento y libertad institucional que predi- caba con entusiasmos de redentor.

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Nadie mejor que él ¡mismo podría referir las hiunillaciones y peligros que pasó, como lógica consecuencia de haber convertido su verba gran- dilocuente y patriota, en el ariete más formida- ble para demoler la tiranía que agobiaba a su provincia natal, razón por la cual transcribimos la carta, levantada y sin amarguras, que dirigió a su amigo Hudson, al salir de la prisión : Hela aquí :

Sun .Iiian, Diciembre 9 de 18ó;5.

Señor Don Damián Hudson.

Amigo muy querido :

Nuestra frecuente correspondencia, tan interesante para mí, fué interrumpida por la amabilidad del señor Benavides y C.^ ; quiso tenerme tan cerca de sí, tan exclusivamente ocupado de su cariño, que me hizo tras- portar a San Clemente y asegurarme allí con una arroba de hiern» puesta en mis pobres piernas. Eso pasó, estoy ya libre, después de quince días de tortura ; y lo primero que afectó mi corazón al volver a la luz, fué la noticia de los esfuerzos fervientes de mi excelente amigo Hudson en favor de esta pobre víctima. No puede usted imagi- nar cuan hondamente me ha conmovido su .solícito em- peño, y la amigable deferencia con que el señor Segura, y mi estimado compañero el doctor García se han pres- tado a Secundar sus conatos. Prescindiendo de la utilidad

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o convcnicnria de este paso, y de que Benavides no tiene cuenta jamás ni las recomendaciones de su madre, el interés manifestado por los señores Segura y García, en mi favor, no puede menos de herir a estos miserables que tanto trabajan por mi ruina.

Quisiera hablarle ahora de mis propósitos para en adelante.- ¿ Iré a Mendoza a buscar un asilo contra las pasiones brutales do mis verdugos ? ¿Abandonaré, por temor de nuevas vejaciones y de la muerte, el puesto de mártir en que mi destino ha querido ^colocarme ? Cuestión es esta que, mirada bajo este solo aspecto, no me tendría perplejo un solo instante, pues que cuando regresé a San Juan, vine ya con la resignación del que se prepara al sacrificio. Ni me ocurre otro motivo para justificar mi deserción, desde que los insultos seguros y el probable degüello que me espera, viviendo entre estos bárbaros, no me hacen volver la cara. Más adelante hablaremos aacerca de esto. No quisiera yo que mis amigos de Men- doza tomen por una temeraria obstinación mi constancia en vivir aquí. No, mi querido ; yo busco sin pasión, el lugar sobre la tierra donde puedo servir mejor a los intereses de la humanidad y de la causa santa que es la religión de mi alma, y no veo otro que este pedazo de tierra idolatrado, donde están sepultadas para sienipre las esperanzas de mi vida. Si Dios envía alguna vez sobre este pueblo las bendiciones de la libertad y de la paz, otros hombres más a propósito vendrán aquí para hacer germinar los elementos de prosperidad que están dormi- dos ; pero yo, que tengo la vocación del sacrificio y del martirio, debo inmolarme en altar como una víctima espiatoria. En fin, después hablaremos sobre ésto, porque quiero que usted me encuentre razón y me justifique.

El señor Soto lle\a el retrato de mi padre. Es un presente de nuestra amistad, que será valioso para Vd., estoy seguro. Si mo matan, encargo a P^ranklin que le envíe también mi retrato para que lo coloque al lado del de mi padre.

G. Rawson.

¿ Cual pudo íser el crimen cometido por el doctor Rawson para merecer la cárcel y el grille- te del presidario?

Parece increíble, en nuestros días, que por tan solo profesar ideas de libertad se humillara en tal forma a los hombres, pero es necesario trasladarse mentalmente a esas épocas para co- vencerse de que, el castigo aplicado al médico prestigioso, pero de ideas revolucionarias, no pa- só de ser una adtnonición correccional, apli- cada por un gobernante bondadoso y tolerante.

Así eran los tiempos ; los principios repu- blicanos y el amor a la libertad, eran de origen atávico en el joven Rawson, y al llegar a la tierra natal y ver a su querida provincia atada al carro triunfal de la sanguinaria dictadura, su alma ciu- dadana se estremleció indignada, y sin medir la trascendencia de su actitud, al esgrimir el arma foimidable de la palabra, cuando las gentes ya se iban volviendo mudas, emi^prende, con asombro general, una hábil y viril camfpaña redentora.

Habla y convence a propios y extraños ; su- giere como médico en el seno de los hogares, y deslumhra con su elocuencia a cuantos le escu-

chan en el club y en las pequeñas reuniones don- de le era dado hacer su propaganda libertadora.

Aumienta, en proporción increíble, el número de sus amigos y adlmiradores, quienes no tardaron en llevarlo a ocupar una banca en la legislatura, a raíz de una parodia electoral como las que se estilaban por entonces. Desde ese fausto momen- to para la vida política de San Juan, surge nna esperanza hasta esos días no sentida. Rawson habla sobre la necesidad de difundir la enseñan- za, aumentando las escuelas y centros de edu- cación, hace gran propaganda en pro de la or- ganización del sistema de las comunas, pues no olvida que los municipios salvaron la libertad e hicieron la grandeza de España, y predica en toda hora y momento las ideas republicanas que fueron su credo de gran ciudadano.

Su personalidad se agiganta, su autoridad y prestigio vuélvese avasalladora, pues las ar- monías de la palabra y solidez de la argumen- tación, cautivan y convencen, su nombre está en todos los labios, y las esperanzas en todas las almas. El es el hombre del momento, el único su- ficientemente audaz para arengar a los legisla- dores y al pueblo contra la omniosa tiranía, y a que las esperanzas cifradas en su viril actitud no fueran defraudadas.

Mientras el gran sanjuanino .preparaba los ánimos de sus conciudadanos para hacer frente, a la reacción reinvidicadora de libertades y de- rechos, que presmtió su claro talento en un por- venir inmediato, y en todo el país, contra el dic-

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tadoi porteño, llegó al gobierno de San Juan en 1851, uno de esos miensajes órdenes, por el cual solicitaba el ilustre Restaurador de las leyes, so pretexto de encontrarse en mejores condiciones para combatir al traidor Urquiza, nada menos que el nombramiento de jefe supreimb. de la Confedera- ción, y que se le investiese con la suma* del poder público.

La noticia de que el engrillador Benavidez, acatando la consigna federal, se apresuraba a re- mitir a la legislatura un mensaje concordante con el absolutismo de tales propósitos, corrió por los habitantes de la ciudad con la rapidez de las no ticias funestas, sublevando los sentimientos de aquel gran repúblico hasta donde es posible ima- ginar.

Rawson, a despecho de todos los peligros, tuvo la osadia de anunciar que iba a hablar en la legislatura para oponerse a la inaudita pretensión del tirano. Tal anuncio, que sin duda alguna en- conaría el ánimo del tolerante gobernador, llevó al local de la sala de representantes, el día de la sesión, un crecido auditorio, ávido por escuchar al imponente tribuno.

En la interesante obra del señor Alberto B, Martínez, ya imíencionada, sobre Rawson, figura la siguiente referencia, llena de colorido local, hecha por uno de sus contemíporáTieos sobre aquella me- morable sesión de la legislatura sanjuanina :

«El representante, dice el señor Rojo, tenía que franquear un zaguán lóbrego, donde se pa- seaba un centinela; tenía que subir una aporti-

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liada escala, a cuyo término había otro centinela; tenía que cruzar un ancho patio, donde paseaban o se tenían con sus grillos los presos del cuartel ; y en el recinto mismo de la sesión, tenía que en- contrarse con los vivos de un sargento mayor de secretario, y a su espalda una buena comisión de jefes y. oficiales, entre los cuales no faltarían el Pichón de burro, verdugo de las señoras de Mendoza, y quien sabe si no estaba el buen- fe- deral negro-chagarayy.

En ese aímbiente de libertad democrática, se levantó airada la palabra vibrante y altiva del doctor Rawson, para azotar a los detentadores de la soberanía de los pueblos, fulminar las atro- cidades y salvajismos de la tiranía, levantar el espíritu público a'batido por veinte años de opre- sión, y pedir a los legisladores, en nombre de los más caros intereses de la patria llamados a ve- lar, que no consientan en acordar la suma del po- der público, ni el noimbramiento de jefe supremo, solicitado por el abominable dictador que aver- gonzaba a la humanidad.

La palabra viril y llena de unción patrió- tica del joven orador, fué escuchada con re- cogimiento y asombro, conim'ovió los espíritus, llegó muy hondo, y a no mediar el ruido de las espadas y de los grillos, la petición clamorosa del tribuno habría sido escuchada. Dice a' este respecto el mismo señor Tadeo Rojo: «No estuve en la sesión, pero volví a tiempo de encontrar al pueblo todo palpitando tjodavía de la emoción causada por la conducta de Rawson, único repre-

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sentante que había alzado la voz para oponerse a la continuación del ominoso mandato. Era de oir los elogios de Rawson, no ya en boca de los amigos y ciudadanos, sino de los misniios federa- les, de los militares, de los asociados en la ma- zorca».

Pero esto no obstante, y como en determina- das épocas de la vida de los pueblos, convence más el temor que las elocuentes razones, la le- gislatura no solamente sancionó el proyecto opro- bioso de las facultades^ extraordinarias, sino lo que es más original y absurdo, un artículo por el cual se obligaba a todos los legisladores a fir- mar la ley que se acababa de sancionar a despe- cho de la temeraria oposición de Rawson. ¿ Se adoptó tal disposición para obligar a este a que filmase la ley conribatida con tanto vigor, o se quiso brindar al señor Kenavidez la ocasión de vanagloriarse con la unanimidad de su legisla- tura?

Sea como fuese, lo cierto del caso es que Rawson también firmó la bochornosa resolución legislativa que fulminara en su arenga incontes- tada.

¿Respondió su firma a un impulso de aca- tamiento a la ley sancionada contra su voto y discurso ? O fué un acto de debilidad como en más de una ocasión le enrrostraron sus enemigos en el acaloramiento de las luchas políticas?

Sin vacilar nos inclinamos al primer su- puesto, porque quien hace lo más, hace también lo menos, y por que si de algo vale el ejemplo de

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toda una vida consagrada al culto de la libertad, la patria y de la ciencia, la de Rawson, lo exhi- be compí a un ciudadano de gran valor cívico, mo- ral y personal.

Llegó por fin el anhelado día de los oprimi- dos, la caída fatal de- la tiranía pronosticada por Rawson, y que recién era hecha conocer de los sanjuaninos por un decreto, de fecha 28 de Fe- brero de 1852, leído al pueblo por el escribano de gobierno, reconociendo al vencedor de Rosas, en los campos de Caseros, coimb jefe supremo del es- tado. Al parecer, cuadró la circunstancia muy ca- sual, según referencias que hiciera el Sr. Víctor Rodríguez por carta dirigida al señor Alberto B. Martínez para su obra, de que en el preciso mo- mento en que el escribano informaba al pueblo del trascendental .acontecimiento, llegaba de su finca el doctor Rawson, cabalgando en brioso cor- cel, quien tan pronto como se hubo impuesto de la sensacional noticia, improvisó una vibrante arenga, saludando el acontecimiento de la liber- tad y la caída de todos los tiranos que oprimían a los pueblos de la república.

«El ronco estampido del cañón que el día 8 de Febrero hizo vibrar el corazón de millones^ de argentinos, con el combate que a su vista se ejecutaba en los campos de Caseros, contra la tiranía ominosa de veinte años, decía el doctor Rawson, ha dado por resultado la brillante epo- peya que vive y vivirá siempre en el corazón de todos los amantes de la libertad de los pueblos argentinos»

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«El triunfp de Caseros es un verdadero acon- tecimiento gue sigue al de Chacabuco y Maipú en su importancia material y mioral para los hom- bres patriotas, y de corazón noble y generoso. Y si los que han tenido la suerte de tomar parte activa en la epopeya de Caseros, siguen inspirán- dose en la noble tarea del complemento de la obra principiada el 3 de Febrero, el engrandecimien- to de los pueblos libres del sud será un hecho se- mejante a aquellas riquezas acumuladas por una generación en monumentos y conquistas, que constituyen un patrimonio, que el pasado lega y trasmute a la posteridad»

< Si somos los herederos de Belgrano y San Martin y tantos otros mártires de la libertad sud- americana y de sus glorias, debemos ser también ios fieles ejecutores de sus obras ; por que la sangre generosamente derramada en los campos de ('aseros sería completamente estéril»

Por todo lo dicho es fácil imaginar cuan po- cas debían ser las simpatías del señor Benavidez para con el joven y brioso médico, que fué a des- pertar a los habitantes de la provincia del silen- cioso y tranquilo sueño impuesto por su manso despotismió. Nada subleva tanto en efecto, a cuan- tos abusan del poder, como la condenación públi- ca y altiva de sus atropellos y violencias. I.a eló- icuencia hiere sus oídos como dianas infernales anunciadoras de su próxima caída. La idea de la venganza popular les horroriza, procuran por to- dos los taiedios conjurar el peligro y llegan hasta

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apagar la voz de los oradores, olvidando que ella solo es el fonógrafo de las ideas, y que estas son inapagables cuando las inspira el patriotismo y el amor a la verdad. '

Rawson, después de haber pagado el opro- bioso tributo al despotismo, en la cárcel de San demiente, recibía de su pueblo en 1854, el honor de ser elegido diputado al Congreso del Paraná, donde su privilegiada inteligencia encontraría la tribuna necesaria para dar vuelo a las ideas de unión nacionalista, ya conocidas por artículos de colaboración y cartas que dirigía al señor Hud- son, y que se publicaban en «El Constitucional» que este editaba en Mendoza.

Ahí, en el nuevo escenario nacional, inicia- ba, dos años más tarde, su verdadera carrera par- lamentaria, y en qué forma ! Los historiadores que se han ocupado de las graves cuestiones de- batidas en la cámara de diputados de la Confe- deración, ya fuese al estudiar las constitucio- nes provinciales, o el delicado problema de los derechos diferenciales, mediante el cual se de- seaba obligar a la provincia de Buenos Aires a foitmiar parte de la Confederación de las otras 18 hermanas, dicen que las enalteció con los sóli- dos principios constitucionales que poseía, su ili- mitado patriotismio y su elocuencia insuperable. Fué el verdadero paladín que tuvo la noble cau- sa en pro de la unión de las catorce provincias ar- gentinas, y que, por entonces, no le fué dado ver triunfar.

Después de la batalla de Pavón, del 17 de

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Septiembre de 1861, que como es sabido resultó desfavorable para las íuerzas de la Confederación que dirigía el general Urquiza, el doctor Rawson resolvía establecerse como simple ciudadano en la ciudad de Buenos Aires capital de la provincia.

Los hombres de Buenos Aires, con el general Mitre a la cabeza, conocedores al detalle de las ideas sostenidas por el ex diputado de la Confedera- ción y su gran valimiento como patriota, no tarda- ron en ofrecerle una banca en lacáimara de senado-' res de la provincia. El la aceptó sin vacilar, dis- puesto a trabajar en ella por su patriótico ideal, la unión nacional. Esta segunda etapa de su vida parlamentaria resultó tan brillante como la pri- mera. Rav/son jamás se embanderó en ninguno de los bandos en que, por esos días, se dividía la familia argentina ; no era porteño ni provincia- no, quería ser y era solamente argentino.

Pocos meses duró su permanencia en el se- nado provincial debido a que los sanjuaninos, reconociendo sus servicios y aptitudes, le habían elegido representante de la provincia en el se- nado nacional, en el año 1862. Rawson tuvo por fin la enorme satisfacción de ver triunfantes sus ideas y anhelos de patriota, la unión nacional estaba hecha, y desde ese auspicioso momento consagró las luces de su talento y vasta ilustra- ción, a luchar por el engrandecimiento institucio- nal y material de la república.

Incorporado a la alta cámara en aquel año, inicia las tareas parlamentarias pronunciando sus dos célebres discursos, con motivo del proyecto

despachado por los senadores Valentín Alsina, del Carril, Elizalde y Cullen, sobre la federaliza- ción de la ciudad y provincia de Buenos Aires pa- ra servir de capital a la república. ( 1 )

En ellos sostiene con argumentos de índole constitucional y atinadas reflexiones de orden .po- lítico, los inconvenientes y sin razón de preten- der suprimir una provincia, un estado federal au- tónomo, para convertirlo en capital de la repú- *blica, al paso que sostenía y demostraba la cons- titucionalidad y conveniencia de que las autori- dades federales residieran, así fuese temporaria- mente, en la ciudad de Buenos Aires. A la coexis- tencia de los poderes de la nación y provincia en una misma ciudad, decía, no se opone la cons- titución, y sus ideas concluyeron por prevalecer hasta 1880, en que los acontecimientos revolu- cionarios delmlostraron como aquella dualidad de poderes, en un miismo sitio, no se hallaba exenta de complicaciones y peligros.

Puso término a su segundo y magistral dis- curso, con las siguientes palabras que siempre serán de actualidad, y hoy, tanto o más que ayer.

«Nosotros estamos aquí, señor presidente, para cumplir la ley suprema, que es la ley de la Nación; no salgamos pues, de esa ley, no vaya- mos contra su espíritu, o contra su letra, iio comprometamos ninguno de les principios consa- grados en ella; a fin de que cualquiera que sea el éxito de nuestros trabajos, nunca quede el ar-

(1) Véase el Diario de Sesiones de Senado de la Nación, d* los días 1." V 3 de Julio de 1862.

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ma de la legalidad en las manos de los enemi- gos de la Unión. Nosotros, como hombres de es- tado, a quienes está encomendado el destino de los pueblos, debemos seguir siempre la política del gran Washington, que es la política de la pro- bidad, de la justicia y de la verdad; que cajda' hombre, cada pueblo sea fiel al cumplimiento de sus deberes y Dios estará con nosotros».

Así hablaban y lo que vale más aún, así procedían, los hombres de aquellos tiempos que, al igual de Rawson, eran cultores de la justicia, de la verdad y de la honradez, para mejor servir a la patria.

En el año 1862, llegaba a ocupar la presi- dencia de la república el general Bartolomé Mi- tre, quien tuvo el talento, desgraciadamente no imitado por todos los que le sucedieran en el encumbrado cargo, de llevar a su lado para el conveniente desempeño de los mmisterios', a los hombres mejor preparados de su tiem'po, comro Vélez, Costa, Elizalde, Gelly Obes, y para la car- tera del interior a Rawson.

Para hacer, así sea una somera descripción analítica, de la fructífera labor desarrollada por este primer ministro médico que ha tenido la re- pública, se necesitaría escribir varios capítulos y no una simple conferencia de tiempo limitado.

Rawson, por su indiscutible versación cons- titucional, puritanismo republicano, dotes parla- mentarias, autoridad moral, y por el hecho de ser provinciano sin provincianismo, resultó el gran ministro del interior del presidente Mitre.

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Variadas y fecundas resultaron las iniciati- vas que, tanto en el orden constitucional, adminis- trativo y económico, como en ¡materia de inmigra- ción y obras públicas, correspondieron a este es- clarecido patriOca.

El extraordinario desenvolvimiento alcanza- do por el comercio, agricultura e industrias en el interior del país, hállase entrechamente vin- culado a la laboriosidad de aquel ministro, pues a él le cupo la satisfacción de fijm:ar, con el señor Wheelwright, el contrato para la construcción del primer ferrocarril que ha cruzado nuestro te- rritorio, del Rosaiio a Córdoba.

La constitución y mejoramiento de los ca- minos, que unen a las alejadas y dispersas ciu- dades capitales de provincia, preocuparon inten- saimiente su atención.

Al igual del incomparable Alberdí, y con (mirada de estadista clarovidente, fijó su vista en los trascendentales problemas relacionados -con la inmigración. «Gobernar es poblar», había di- cho el inmortal autor de las «Bases», y Rawson la Levó a la práctica diciendo, gobernar es.colonizar.

Estudia los sistemas de colonización arti- ficial y espontánea, y concluye optando con acier- to por el último. Elige con previsión de hom- bre de estado, para asiento de la primer colonia, el territorio abandonado, y por lo mismo codicia- do, de la Patogonia. Acepta la propuesta de una sociedad de galenses y funda, sobre la margen del río Chubut, la primier colonia agrícola ganadera que ha tenido el país. Hoy constituye ya un im-

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portante núcleo de población laboriosa, con su comercio bien desarrollado y servido por un fe- rrocarril que la une con el puerto Madryn, y con otro unido al puerto propio sobre la descmiboca- dura del río Chubut.

En las interesantísimas memorias que el mi- nistro Rawson ha legado al país, como fruto de su labor infatigable, figuran la serie larga de sus iniciativas, tales como el levantamiento del primer censo nacional, la fijación de los límites provinciales, establecimiento del sistema miátri- co decimal, fomento de los territorios nacionales, construcción de puentes y caminos y extensión de líneas telegráficas, etc., etc., pensamientos to- dos dignos de un gran gobernante que, si no pudo verlos realizados por causas ajenas a su volun- tad, quedaron como programas que realizarían los gobiernos venideros y testimonios escritos de su laboriosidad e iniciativas.

El doctor Rawson era un ministro de ver- dad, que lo mismo pudo ser un presidente, con clara conciencia de sus facultades y deberes. No hay ejemplo de que desestimara una invitación de cualquiera de las cámaras, ya fuere para sumis- nistrar informes o debatir cuestiones de políti- ca interior; antes al contrario, iba al parlamonto sin ser llamado, cual representante de un poder colegislador, para dar a conocer y sostener las ideas del Poder Ejecutivo, como ocurrió al discu- tirse en la cámara de diputados la subsistencia de los derechos de exportación, pronunciando dos

hermosos discursos durante las sesiones de los días 21 y 23 de Mayo de 1866.

Pero es que, en aquellos tiemfpos y para aque- llos ministros, una interpelación no era motivo de zozobras e intranquilidades, y sí, por el contra- rio, de satisfacciones infinitas. Concurrían al con- greso como quien asistía a un torneo donde se luchaba con las armas de la ilustración, talento y elocuencia, en un ambiente de alta cultura y respeto mutuo. Rawson, en esa arena, a veces cal- deada por la pasión política, crecía y se agigan- taba, cual gladiador del pensamiento, cuyo arte de luchador magistral, y palabra de armonías arrebatadoras, lo hacían invencible. ^

La guerra del Paraguay, con sus alternativas y problemas, preocupó grandemente su actuación ministerial ; no es aventurado decir que el vice presidente doctor Marcos Paz y él, soportaban por entonces todo el peso del gobierno del país. Quizás esta circunstancia mediara para que fue- se tan sentido el discurso pronunciado al dar el postrer adiós, en el acto de ser inhumados, a los restos de aquel gran argentino y amigo suyo, en 1868. (1) En acto tan triste, como que era el fruto de la conjuración de dos calamidades pú- blicas que azotaban la república, la guerra y el cólera, decía, en su oración fúnebre, el que ha- bía sido su gran ministro.

...«El ha estado, señores, a la altura de la prueba. En estos largos días de esperanza, de sa-

(1) Discurso pronunciado en la Recoleta al ser depositados los rí>:to« del Dr. ]\Iareos Paz, el día 3 de Enero de 1868.

(liíicios y de dolores, el espíritu del vice presi- dente no desfalleció jamás. Honrado siempre, no tan solo con esa honradez vulgar que consiste en no medrar con el abuso de posiciones oficia- les, sino con esa honradez que por ser rara se Mama una virtud entre los hombres públicos, ly que se manifiesta por el religioso respecto a los piincipios, aunque se sacrifiquen las afecciones personales, el doctor Paz ha merecido bajo este concepto la más cumplida justicia entre aque- llos que han podido conocer su conducta. De es- te género fué la honradez del hombre cuya muer- te lloramos, y así lo ha reconocido el país.

«En esta larga lucha, señores, en que se jiiegp.. el honor y la existencia de nuestra patria idolatrada, en medio de los triunfos de nuestras armas hemos sufrido días amargos, días de des- consuelo, días de luto. Tocóle al doctor Paz en suerte, no solo como magistrado, sino como pa- dre, una parte principal del dolor común.

«El plomo enemigo que arrebató tantas vi- das preciosas a la patria en Curupaití, hirió de muerte también al joven Paz, hijo del vicepresi- dente. Vosotros lo habéis visto, señores, en aque- llas horas de amargura, encerrar en su pecho de temple antiguo el piadoso duelo del padre, y con- tinuar sin vacilar un punto, y con mano firme, la difícil tarea de reparar el contraste sufrido, y de alentar con su ejemplo y su acción el espíritu de los que desfallecían en aquel momento de prueba».

Pensamientos de elevada política, y sublime

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patriotismo, son estos que los ciudadanos, médi- cos, abogados o nO, militares o lo que sean, no deberían olvidar jamás cuando llegan a regir los destinos de las naciones : Rawson, como Mitre y Paz, y afortunadamente como la inJm'ánsa mayoría de los argentinos que han desempeñado las ele- vadas funciones de presidente y ministro, han poseído la doble honradez rawsoniana, que les permitió conquistar para sus nombres la gratitud nacional y la inmbrtalidad.

El doctor Rawson, no fué un político ambi- cioso ; de costumbres modestas y de temperamen- to apacible, jamás aspiró a ocupar la presiden- cia de la república.

Tenía un concepto tan grande, elevado y pu- ro, acerca de las virtudes y austeridad que debían adornar al homlbre llamiado a desempeñar el en- cumibrado cargo, que su reconocida miodestia no le permitió contarse en .el reducido inúmiero de ellos. Sus ideas republicanas, llegaban a un idealismo poético, no censurable por cierto, pero poco armó- nico con la rudimentaria cultura ídel país, en tiem- pos en que aún imperaba el caudillismo y los prestigios del sable. Había nacido para actuar en una democracia más adelantada que la de su épo- ca, pero la providencia quiso que él fuera uno de los apóstoles que predicaron al pueblo argentino con la palabra y el ejem'plo de una vida sin tacha, la verdadera doctrina republicana. ¡Ojalá esa iniisma providencia nos lo mandara de tiempo en tiempo !

Tan puras eran sus ideas y práctica política.

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que según referencias de su secretario y amigo Don Alberto B. Martínez, cuando en las postri- merias de la presidencia del general Mitre, llegó a sus oídos que el doctor Elizalde aceptaba ser proclamado candidato para la futura presiden- cia de la república, se había presentado a aquel para manifestarle que en su opinión, se imponía la renuncia de su distinguido colega, por conside- rar incompatible su candidatura con las funcio- nes de ministro.

El presidente Mitre, procuró convencerle de la absoluta imparcialidad que estaba resuelto a observar en la contienda política, pero como pa- ra el doctor Rawson no era cuestión de falta de en la rectitud presidencial, y si de principios constitucionales y políticos, insistió en sus opi- niones manifestando a su invariable y respetada) amigo que, si el doctor Elizalde no abandonaba el ministerio, él renunciaría el suyo.

Días después, aquel inolvidable ministro del interior, se retiraba de la casa de gobierno acom- pañado con su puritarismb republicano y por nu- merosos amigos : En aquellos tiempos, de religio- so respeto por la constitución y las leyes, los ministros renunciaban sus carteras hasta por idealismos doctrinarios.

Ocurrió por esos días, que un grupo de ciu- dadanos expectables pensara que, el doctor Raw- eon, era la personalidad política más caracteri- zada para llevar al sillón presidencial, nombran- do al efecto una comisión de notables, a fin de que obtuviesen el consentimiento necesario para

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levantar su candidatura a la sucesión del general Mitre.

Según referencias de los hombres que ac- tuaron en la tramitación de tales gestiones, la comisión designada se entrevistó reiteradamen- te con el doctor Rawson, procurando convencerle, con múltiples y atinadas razones, de que para él era hasta un deber de patriotismo prestar su nom- bre a los fines indicados. Más parece cierto que. no obstante formar parte de los comisionados perprr.alidades influyentes como Alsina y Manuel Augusto Montes de Oca, el doctor Rawson de- clirxü insistentemente el espontáneo honor que se le ofrecía, dando a entender que el mismo ele- vado concepto que él tenía de las funciones pre- sidenciales, que los pueblos tan solamente de- berían confiar a los varones justos y sabios co- tao Washington, le vedaban aspirar a la primera miagistratura del país.

i Cuan ilimitada debió ser su modestia cuan- do él, encarnación de la sabiduría, austeridad y honradez tal cual la entendía, no se consideraba capacitado para ocupar la presidencia!

Pero si declinó el honor de aquella candida- tura, aceptaba en cambio la banca de diputada Ilación al ofrecida por el pueblo de su provincia natal al iniciarse el año 1870, nueva tribuna des- de la cual serviría, con igual eficacia, los intereses morales y materiales de la república.

El espíritu nacionalista que alentó sus ideas en todo momento, fué la causa determina triz para que iniciase el desempeño de las funciones parla-

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mentarías presentando un proyecto de ley, en la sesión del 3 de Junio de 1870, facultándose al Poder Ejecutivo para que mandase efectuar los estudios de un ferrocarril que, partiendo de la ciudad de Córdoba recorriera todo el norte ar- gentino, pasando por las ciudades de Tucumán, Salta, y llegase hasta la de Jujuy.

Al fundarlo, con su maestría habitual, prin- cipia el discurso recordando . el plausible y re- cíente acontecimiento de la inauguración del fe- rrocarril del Rosario a Córdoba, que tan viva- mente había conmovido el alma argentina y ('u- yo ccntrato, para la ejecución de las obras, fué firmado por él.

En él se revela una vez más al hombre de estado, el que abarca de una sola mirada el con- junto de los problemas correlacionados con la idea fundamental, estudiando el pro y el contra, para deducir como conclusión final, hi utiíidad'o inconveniencia de una obra pública.

Estudia, a la luz de los últimps adelantos de la ciencia ferroviaria, todas las cuestiones de or- den técnico, económico y hasta político, que van aparejadas a la construcción de los ferrocarriles : Demuestra palmariamente la conveniencia de que tales obras sean hechas por el gobierno, a fin de evitar a los pueblos los abusos con que las empresas particulares suelen gravarlos con la in- censante elevación de las tarifas.

Traza, a grandes pinceladas, un cuadro gran- dioso sobre el porvenir agrícolo e industrial del país, cuando las múltiples vías férreas faciliten

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la exportación de los variados y ricos productos de su tierra fecunda, y termina diciendo como un clarovidente :

«Me asiste una ardiente, señor, de que todo esto tiene que suceder dentro db pocos años ; y de que Buenos Aires, que tiene tantos títulos a la simpatía de la República y de toda la Amé- rica del Sud, será el gran centro de un inmenso movimiento, con el que ha de desenvolverse la grandeza, la civilización y la libertad humana en estas co'miarcas, y han de cu¡mplirse los altos designios de la Providencia».

Al mes siguiente, en la sesión del 22 de Julio, se incorporaba al debate de un proyecto ^e ley acordando fondos para el fomento las bibliotecas populares, originario del Poder Eje- cutivo, pero modificado pox la comisión de la cámara. Un mes después, 17 de Agosto, funda- ba su proyecto de creación de un Departamento Nacional de Agricultura, cuya función fandamen- tal sería el fomento agrícola de toda la repú- blica.

En el mes de Agosto discute, con el minis- tro del interior, una partida para fomento de la inmigración, siempre bajo el punto de vista doc- trinario, y al finalizar, él mdsmo funda un proyec- to sobre las facultades de las cámaras para so- licitar informes directamente de la contaduría na- cional.

El 18 de Septiembre, del mismo año, funda- ba detenidamente un despacho sobre el proyecto

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<!(' ley originario del Senado, organizando la con- taduría de la nación.

Con íoda esta suma de labor parlamentaria correspondiente al año 1870, respondió el dipu- tado Guillermo Rawson a la confianza y al ho- nor con que le favorecieran los sanjuaninos. Tal era su moral como servidor público ; las bancas del congreso eran puestos de intensa labor, y no prebendas personales de los elegidos para desem- ])eñarlas. ;

Su actuación de legislador se destacó imás aún si cabe, durante aquel período y particular- mente en el año 1878, con los conceptuosos y doc- trinaros discursos que pronunciara sobre la «or- ganización de crédito ipúblico 'nacional » ; «el dere- cho de los extranjeros para adquirir bienes raíces (MI la república» y sobre capital federal, con motivo de discutirse un proyecto de ley que destinaba la ciudad del Rosario para servir de capital a la república, y con motivo del cual dijo, al iniciar su discurso, se hallaba destinado a fracasar en el caso de ser sancionado, por cuanto tenía la cer- tidumbre de que el ejecutivo vetaría esa ley. Du- rante ese memorable debate, sus ideas estuvie- ron en armonía con las de otra eminencia im'é- dica. y como él maestro eximio de la palabra, el diputado por la provincia de Buenos Aires Dr. Manuel Augusto Montes de Oca.

Aquel año fenecía el mandato de diputado conferido al doctor Rawson, pero pasaba, casi acto continuo alocupar, por segunda vez, una ban- ca en el senado de la nación, donde no había de

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tardar en encontrarse, frente a frente, con su for- midable adversario, el ex presidente Sarmiento^ cuyo gobierno había sido duramente fustigado por aquel. ^

La ocasión no se hizo esperar por cierto, presentándose con motivo de entrar a discutir^ la alta cámara, un proyecto de ley de amnistía ge- neral, sancionado por la cámiara de diputados. En sustitución de éste, le tocó informar al senador Sarmiento, un despacho comisión gue sólo acordaba una amnistía limitada, y que segura- mente era obra suya.

El memorable debate tuvo lugar en las se- siones de los días 6, 8 y 10 de Julio de 1875, despertando el interés que puede suponerse.

El miembro infoimiante sosteniendo con las energías propias de su temperamento impetuo- so, las ideas del gobierno fuerte, que fueron su característica, para comibatir la rebelión y la anar- quía, castigando a los que incurrieron en los crí- menes de traición a ia patria, de fusilamiento o ejecuciones a lanza y cuchillo, y a cuantos se hu- biesen apoderado de los dineros del estado y de ios bancos o 'depósitos particulares ; y Rawson ha- ciendo, con su dialéctica tranquila, reflexiva y se- ductora comió una armonía, la defensa de los idea- les de fraternidad y perdón entre los homhres, pro- piciando una ley de amnistía general y amplia, sin excepciones que achiquen su grandeza mo- ral, en una palabra, quería, para asegurar la tran- quilidad de la famiilia argentina, la sanción de una verdadera ley de perdón y olvido.

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La contienda trabada, entre talentos tan vi- gorosos y opuestos, preocupó la atención públi- ca y nada puede dar una idea más acabada sobre su miagnitud, que la descripción hecha por el se- nador Aristóbulo del Valle, muchos años después, en el magistral discurso pronunciado el 28 de Ju- nio de 1890, cuando decía:

<De diverso temperamento, batallador, :el primero; tranquilo, mesurado, el segundo; obe- deciendo a escuelas políticas distintas, partida- rio de la fuerza el uno ; amigo de la persuación el otro ; separados ambos desde muy temprano, en las corrientes de la política, el encuentro de estos dos atletas del pensamiento argentino en la arena parlamentaria, no podía sino ofrecer el más alto interés. La oratoria de Sarmiento era apagada, difusa, casi pesada, como ;que por lo general leía sus discursos, pero estaba matizada en ciertlos momentos por anécdotas o referencias persona- les, que despertaban el interés, y, a veces, la hila- ridad en el auditorio ; mientras que, la Rawson era espontánea, atrayente, armoniosa al empe- zar, como fuente que se desliza entre flores, y crecía gradualmente a medida que el entusiasmo iba calentando la palabra, hasta ser grave, solem- ne, cuando el orador hacia vibrar las cuerdas del patriotismto nacional. Sarmiento consecuente con su escuela política, pedía una amnistía limitada, con restricciones ; mientras que Rawson solici- taba una amplia, generosa, que echase un tupi- do velo sobre las disinciones pasadas. Fué esto al decir de un distinguido orador argentino, una

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memorable batalla parlamentaria, que duró va- rios días, y que, como la de Clay con Webster, en el parlamento británico, ha podido ser llamada la batalla de gigantes. Trajeron al debate todas las cuestiones que podían conmover las pasio- nes de los partidos de la época : hombres y acon- tecimientos, tendencias y principios políticos, abusos imputados y constatados, vicios electora- les, actos de fuerza, revoluciones. La mayoría de la cámara y los partidos, y el país entero, escu- charon aquel debate en silencio respetuoso, re- cogiendo con el oído atento las grandes voces que salían de la tribuna libre del senado».

Al decir de quienes tuvieron la fortuna de escuchar aquellos discursos del doctor Rawson, hacía tiempo no se oía en el parlamento argenti- no frases tan llena de austeridad y de inspira- ción patriótica, como las pronvmciadas por él, y que merecieron, tanto del senado como del pú- blico, frenéticos aplausos al terminar su perora- ción trayendo el recuerdo de las palabras, (jue hizo suyas, con que finalizara el senador norte- americano Carlos Schurz uno de sus discursos, y cuya actualidad no ha desaparecido por cierto.

«No puedo cerrar los ojos a la evidencia, de- cía, de que la generación que ha crecido y llegado a la política activa en los últimos años y que re- presenta más de la tercera parte de nuestros elec- tores, se ha acostumbrado demasiado a presen- ciar la audaz ostentación de abrogaciones arbi- trarias de autoridad ; y que se ha formado há- bitos, que amenazan destruir todo cuanto es caro

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al seritimieiitü patriótico. Conociendo esto, he es- tado por muchos años en este recinto, alzando mi voz en favor de los principios del gobierna constitucional, puestos en peligro, y he procu- rado preveniros contra los avances del poder irresponsable; y hoy con toda la ansiedad de mi corazón, en esta oportunidad que quizás sea la última que se me presenta en este foro, os dirijo mi clamor una vez imlás para que volváis atrás, antes que sea demasiado tarde. En nombre de la herencia de paz y de libertad que debéis le- gar a vuestros hijos ; en nombre de ese orgullo con que, como americanos, levantáis la cabeza entre las naciones de la tierra, no juguéis con la constitución de nuestro país, no comprometáis lo que constituye la gloria más pura del nombre americano. Que los representantes del pueblo no desfallezcan cuando las libertades públicas es- tán amenazadas».

Todos estos discursos pueden ser leídos en los diarios de sesiones del Congreso o en la im- portante obra del señor Alberto B. Martínez, es- crita y publicada bajo el patrocinio de la Comi- sión Popular de Homenaje al doctor Guillermo Ravi^son, que presidió el general Mitre.

Aún tuvo oportunidad de pronunciaren el se- nado un otro discurso famoso sobre el estado de sitio, en la sesión del 17 de Agosto de 1875, retirán- dose un año después de la vida parlamantaria y también política, para emprender un viaje a Eu- ropa y especialmente a Norte América, patria de su padre, cuyas instituciones iluminaron la men-

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te del gran republicano arraigando nobles ideales de libertad democrática, y consagrarse a un otro género de actividades donde descollaría, igual- tnente, su extraordinaria organización cerebral.

Es de advertir que el doctor Rawson formó parte de la constituyente reunida el año 1870, para reformar la constitución de la pr/)vincia de Buenos Aires, y que su activa labor de diputado nacional no resultó un obstáculo para que, su vas- ta ilustración y patriotismb, aportase las luces de su talento en más de uno de los problemas de índole constitucional que se plantearon. Entre las múltiples deliberaciones ilustradas con su pala- bra sapiente, 'mierecen ser recordadas aquella en que proel amfó en forma convincente y vibrante, la libertad de la prensa, así comió la referente al sos- tenimiento del culto católico apostólico romano por el gobierno.

Fué en esa oportunidad cuando propuso a la convención declarase que, «en ningún caso la pro- fesión de religiosa será causa de inhabilidad política para el desempeño de los empleos o fun- ciones públicas de la provincia».

Y no se piense por esto que el doctor Raw- son fuese un libre pensador, un hombre carente de. toda espiritual, porque antes al contiario poseía una alma esencialmente creyente, y no con- cebía la existencia de un pueblo desposeído de un credo religioso, sea él cual fuere.

Pero, es que Rawson, siendo un creyente sin- cero, no aceptaba fanatismo alguno, ni siquiera el religioso : Respetaba todas las creencias en ma-

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teria de cultos, pero amaba sobre todo el culto' a la justicia, acordándola a quien la merecía.

«Yo he presenciado, dijo en aquella ocasión en que dejaba sentir todo el poder de su elocuen- cia, por razón de mi profesión, lo que ha sucedido en la epidemia pasada ; y quiero aprovecliar es- te momento para tributar un homenaje de jus- ticia. Yo recuerdo en los últimos meses en que eran mayores los estragos de aquel cruel azote, la soledad que se hacía en todas partes de la ciudad. Yo he visto abandonado al hijo por el padre ; he visto a la esposa abandonar el es- poso ; he visto al hermano moribundo abandona- do por el hermano; y esto está en la naturaleza humana. Pero he visto también, señores, en al- tas horas de la noche, en m^dio de aquella pavo- rosa soledad, a un hombre vestido de negro, ca- minando por aquellas desiertas calles. Era el sa- cerdote, que iba a llevar la última palabra de consuelo al moribundo. Sesenta y siete sacer- dotes cayeron en aquella terrible lucha ; y decla- ro que este es un alto honor para el clero católi- co de Buenos Aires, y agrego que es una prueba de que no necesita ese culto del apoyo miserable que pensamos darle con el artículo que se pro- pone. (1)»

Como siempre es grato conocer la opinión de los grandes oradores sobre otros que ho lo son menos, máxilme cuando se trata de contem- poráneos ; escuchemos un momento al doctor Pe-

(1) De la ol)ra citada de All)frto B . Martínez.

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dro Goyena, cuando dice nablando del Congreso Argentino de 1870, lo siguiente:

^El doctor Rawson tiene una inteligencia envidiablemente clara : concibe un montón de ideas, y las liga, las metodiza en un orden irre- prochable, de modo que las unas se apoyan en las otras y forman un conjunto mantenido por una poderosa cohesión. A las Iprimeras de su exor- dio se conoce que habla un hombre digno, expe- rimentado, prudente. Su exposición es clara y de- ja marcados como de relieve, los hechos en que ha de apoyarse el raciocinio para llegar a la con- secuencia con la cual se enlazan, por un arte ma- ravilloso, todas las partes de su discurso. El fi- siólogo se revela bajo el orador: cada discurso del doctor Rawson es un todo orgánico ; su inte- ligencia ha adquirido en el estudio de la consti- tución humana, física y moral (por que también es un profundo psicólogo) una tendencia pode- rosa que la lleva siempre establecer el orden,- la armonía, la regularidad, encadenando los he- chos con esas nociones generales que se llaman leyes en la ciencia, sin dar jamás cabida en sus discursos, a lo vago, a lo obscuro, y a lo arbi- trario...

«Y si son argentinos quienes lo escuchan, no conseguirán defenderse de un movimiento de legítimo orgullo, ante esa inteligencia, ese carác- ter y esa palabra que nos honran, como honra- rían al país mas adelantado del mundo.

«Su presencia en el congreso, no puede ser interpretada sino como un acontecimiento de que

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todos deb^n felicitarse. El doctor Rawson es un patriota en toda la estensión de la palabra ; ja- más se afilió en círculos o camarillas, ni abando- na el rumbo de los principios para seguir las pa- siones imperantes en un molmento dado de la vida política de estos pueblos. Siempre ha sos- tenido en el congreso ideas nobles y progresis- tas ; y una colección de sus discursos sería una fuente de ilustración sobre las materia-s a que se refieren. Versado profundamente en el sistema político que hemos adoptado, y con calidades de expositor que envidiaría un profesor de las Uni- versidades europeas, el doctor Rawson, cada vez que habla en las cámaras, hace una magnifica lección de ciencia política». (1)

Tal era el hombre público ; grande en todo lo había forjado la naturaleza : Profesaba los princi- pios republicanos con la sinceridad <íe un Washin- gton ; propendía al progreso y a la organización nacional con la clarovidencia de un Rivadavia ; dominaba al parlamento con su elocuencia 'tribu- nicia, como un Gambetta; y tenía el alma y el sentiimiento religioso de un apóstol.

Pasemos ahora a estudiar el otro Guiller- mo Rawson, al médico, al filántropo, al holmbre de ciencia, y principalmente al genial fundador de la cátedra de Higiene pública en nuestra Fa- cultad de Ciencias Médicas.

Desempeñaba aún las funciones de senador de la nación cuando tuvo lugar en 1873, la reor-

(1) El Congreso Argentino de 1870, por Pedro Goyena.

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ganización parcial de los estudios de Medicina, llevada a cabo bajo la iniciativa del profesor de Fisiología doctor Santiago Larrosa.

El plan de estudios de nuestra Facultad, un tanto anticuado, sufrió por entonces una salu- dable reforma, en cuanto se crearon algunas nue- vas e irnportantes cátedras, a fin de complem'en- tav la preparación dada a los futuros m'édicos.

Entre estas se contaba la cátedra de Hi- giene pública, la cual debemos decir, en obse<iuio a la .verdad, se creó ad hac, para ser ofrecida al doctor Rawson, con singular acierto.

Aceptada por el gobierno la indicación que por nota de fecha 11 de Marzo de 1873, le hi- ciera la Facultad en lo pertinente a "dicha cáte- dra, la autorizó a proponer el candidato para la misma. "Reunida la corporación, el día l.« de Mayo de aquel año, resolvió por unanimidad de votos, proponer al doctor Guillermo Rawson pa- ra desemipeñarla, encomendándole, desde luego, la apertura del curso. (1)

El nuevo y justamente afamado profesor, no se hizo esperar para dar principio a las fun- ciones docentes, y en aquel miismo mies de Mayo de 1873, inauguraba, en la vieja Facultad de la calle Comiercio, ante un crecido auditorio forma- do por profesores, médicos, abogados, sacerdo- tes, y estudiantes, el primer curso de Higiene pública dado en nuestro país por aquel insigne

(1) Véase pácrinas 407 a 412 del tomo II de la Historia ds la Facultad de Medicina, poír E. Cantón.

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maestro que no lia tenido reemplazante hasta la fecha.

La enseñanza de la higiene no había con- seguido salir del período embrionario, hasta aque- llos días, puesto que, los pocos conocimientos de tan importante ciencia, dados a los estudiantes, lo eran como un agregado a complemiento de la cátedra de Materia médica y terapéutica. El des- doblamiento lógico de enseñanzas .tan importan- tes, debióse a la feliz iniciativa del académico Santiago Larrosa, la cual, según se deja dicho, permitió a la Escuela de Medicina contar con uno de los catedráticos que le dieron mayor lustre y nombradla.

I Para que decir que, la expectativa desper- tada por el anuncio de aquella primera conferen- cia, y de cuantas la siguieron, no fué defrau- dada en miomento alguno. Su palabra serena, seductora, ilustrada, fluida y tranquila, como los arroyos de la pampa que corren buscando el mar, no tardó en adueñarse del auditorio, domi- nar todas las mentes y cernirse soberana en las altas regiones de la ciencia, con la serenidad im- ponente con que el cóndor y el aeroplano domi- nan y se ciernen por las más altas capas atmos- féricas.

La oratoria de Rawson en la cátedra, era única, cotofparable tan solo a Ja de José M. Estrada y Manuel An gusto Montes de Oca, que llegaban hasta la grandilocuencia, cuando los animaba el santo amor de la patria y el cuitó a la ciecia.

La inmensa autoridad moral, que, aparejada

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a la científica, formaba refulgente aureola en tor- no a la personalidad del nuevo catedrático, cons- tituyó otros de los secretos del éxito incompara- ble alcanzado en la cátedra. Era un predicador sublimie, que enseñaba y difundía sus doctrinas, con el ej^miplo impecable de su vida pública y profesional.

El doctor Rawson llegó a la cátedra cuando se la ofrecieron, sin que él la buscara, y a una edad más próxima a la época del retiro que para la iniciación de la docencia. Pero también es ver- dad que su genio no necesitaba hacer carrera_, pasar por una preparación que le diese aptitu- des de profesor; había nacido miaestro, adorna- do con todas las dotes con que la naturaleza pue- de favorecer a un hombre, y hasta esa edad de 52 años, no había hecho otra cosa que enseñar al pueblo' argentino, desde la tribuna parlamenta- ria, derecho constitucional, mjoral cívica y ad- tUidnistrativa, amor a la justicia, guerra al anal- fabetisinDo, culto a la libertad, y respeto a los principios republicanos que nos rigen.

Ridículo sería hablar de mtetodología, didác- tica, y aptitudes docentes, tratándose del supre- mo artista de la palabra, cuyo cerebro fuera plas- niado con todas las virtualidades necesarias pa- ra ta asimilación y trasmisión de los conocimien- tos humanos.

Rawson, hasta entonces, no se había espe- cializado en los estudios de la Higiene pública y social, por más que era un sociólogo nato, pero a buen seguro que, muy poco trabajo le debió

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costar, el dominio de una ciencia como la higie- ne pública, que allá por el año 1873, no era aún fundamentada por la experimentación del labora- torio como en la actualidad.

Sincero y leal como un niño, declaró a sus discípulos que estudiaría higiene con ellos, y lo iiizo con tal aprovechamiento que su fama corrió poco después, por los centros científicos de Amé- rica y Europa, colocándolo a la par de los higie- nistas tnás reputados.

Sus conferencias, ( 1 ) rebosantes de erudi- ción, deleitaban al auditorio siempre numeroso, y renovado, coimb deleitaron sus comunicaciones científicas presentadas en varios congresos mé- dicos celebrados en el extranjero.

Entre los numiérosos discípulos de aquel pri- mer curso, figuraban los actuales médicos Emi- lio R. Coni, que siguió con brillo el derrotero, trazado por el inolvidable Im^estro en el ilimita- do caimipo de la higiene pública, y Telémaco Su- sini, quienes consiguieron del gobernador Acos- té, que hiciera tomar taquigráficamente la mayor parte de las conferencias, que aquel dictase a sus primeros discípulos, y que, más tarde, el doctor Luis C. Maglioni daba a la publicidad, en un vo- lúm'en editado en Paris el año 1876.

En esta obra, cuyo mérito se acrecentará con los años, es fácil apreciar la trascendencia y alcance patriótico del programa desarrollado por

(1)E1 profesor Rawson paeaba lista una vez por semana, y agregaba, que, en los otros días de clase, no se preocupaba del audi- torio, pero en realidad no se preocupaba en ninguno, ix^rque los alunins no cabían en el aula sin necesidad dd la lista.

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el doctor Rawson : Y empleamos intencionalmen- to el calificativo de patriótico por cuanto cam- pea, en todo él, el espíritu analítico de nuestras deficiencias higiénicas, y de adaptabilidad, de las conquistas científicas, a las necesidades urbanas de las ciudades argentinas. Revélase a cada paso el higienista argentino, preocupado de estudiar las condiciones del suelo, del agua y del clima de Buenos Aires, correlacionándolos a los infini- tos problenias surgidos de las grandes aglomera- ciones humanas.

El estudio que hace de las ciudades en ge- neral, y particularimente de la capital de la pro- vincia, bajo el punto de vista de su climatolog,ía, constitución geológica, vías y paseos públicos, drenajes, limpieza general, provisión de agua po- table, y arboledas para embellecimiento y puri- ficación del aire, no puede ser más completo ni tratado con mayor acopio de datos estadísticos y comparativos.

Nada escapa a su amplitud de vistas ; efec- túa el análisis crítico de los grandes y peque- ños hospitales, deteniéndose con particularidad en los nuestros, sobre todo en el desastroso Hospital General de Hombres, por fortuna ya des- aparecido, cuya estadística mortuoria aterraba.

Destaca, con arte maestro, el peligro aca- rreado a las poblaciones por los cementerios ur- banos, criticando el sistema antihigiénico para la inhumación de los cadáveres que hasta nues- tros días se sigue, y al hablar del de la Recolíeta nos dice :

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«El cementerio del Norte de Buenos Aires, examinado así, a la ligera, se nos presenta, pues, con un aspecto detestable. Su poca extensión, su mala colocación respecto a los vientos reinantes^ sus declives hacia la ciudad y hacia el río, la íalta de drenaje permeable, sus innumerables. bó- vedas provistas por. docenas de cajones, de cuyo interior se desprenden mortíferos vapojeSj su pro- ximidad a la ciudad urbana, etc.," etc., son cir- cunstancias más y ma^ que suficientes para ha- berlo abandonado desde hace mucho tiempo, Tal vez si semejante determinación se hubiese lle- vado a efecto, los últimos treinta años no arro- jasen a nuestras miradas una cifra. tan espantosa de mortalidad. Tal vez el cólera y la fiebre ama- rilla no nos hubiesen arrebatado tantos seres úti- les al progreso de nuestro país ; porque, es indu- dable, estas enfermedades epidémicas de origen exóticas, se atrofian y desaparecen en aquellas ciudades en donde la higiene se traslada de la cátedra, de la prensa y de la tribuna, a. la prac- tica, traduciéndose en hechos perceptibles sus preceptos científicos, mientras que ellas mismas se ensanchan y adquieren vigor en las ciudades inmundas, dignos teatros de los dramas que se desarrollan».

¡Qué diría hoy el doctor Rawson si viera, al través de medio siglo, como han triunfado los intereses materiales en el cementerio de la Re- coleta, sobre los bien entendidos intereses de la salud pública!

Por nuestra parte, solo diremos que él, como

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Iligienista, hizo su deber; las generaciones ve- niíieras harán el suyo.

Al año siguiente de inaugurada la cátedra de higiene, y con motivo del decreto que diera el go- bernador don Mariano Acosta el 31 de Marzo de 1874, en ocasión a reorganizar la Universidad y sus Facultades, era nombrado miembro de la Aca- demia de Medicina el doctor Guillermo Rawson, en compañía de los otros profesores iVlbarellos, Montes de Oca, M. A. Porcel de Peralta, González Catan, Alvárez, Aguirre, y los doctores Aberg y Lilis María Drago, pero tanto el doctor Rawson, como Alvárez y Drago, presentaron sus renuncias, acto continuo, por razones que ignoramos.

Agregaremos sobre este particular que tres años después, el académico Leopoldo Montes de Oca propuso a la corporación de que formaba parte, en la sesión del día 9 Abril de 1877, el nombramiento del doctor Rawson, como aca- démico honorario, en mérito a los servicios pres- tados a la Facultad, en ocasión a su descollante papel en el seno del Congreso internacional ce- lebrado en Filadelfia el año anterior.

En efecto, nuestra Facultad de Medicina ha- bía recibido especial invitación para concurrir, por medio de delegados, a dicho torneo científico que se celebraría en 1876, nombrando al efecto, y por unánime asentimiento, a los ^profesores Gui- llermo "Rawson y Santiago Larrosa, para que lle- vasen su representación.

Nuestro profesor de higiene, preparó para el

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congreso de Filadelfia una comunicación, o me- jor dicho un estudio a fondo sobre la «Estadísti- ca Vital de Buenos Aires», que llamó la atención entre los ho(m(bres de estudio allí reunidos, y que nuestros higienistas leerán siempre con prove- cho. (1)

Trátase de un meritorio trabajo de <lemo- grafía e higiene pública de la ciudad más impor- tante, como él lo decía, de la América del Sud, y el primero en su género que se escribió en el país.

iEl estudio comparativo que en él se ha- *ce, entre el aumiento de la población y movimiento inmigratorio de la ciudad porteña con otras norte- americanas, es perfecto, y revela dominio de las estadísticas extranjeras. Hablando de la mortali- dad, destaca el fuerte guarismo de 33 por mil, revelador del mal estado sanitario de la pobla- ción de Buenos Aires, en los años 1869 y 1870, que precedieron a la terrible epidemia de fiebre amarilla del siniestro año 1871. Al hablar de esta dice:

«Esta situación continuó sin alteración has- ta los primeros días de 1871 en que se encontra- ron algunos casos de fiebre amarilla en el extre- Xno sud de la ciudad ¿ Cómo había entrado el enemigo y quien era culpable por su negligencia? La investigación era inútil ; la fiebre amarilla, la terrible fiebre amarilla, estaba en todo su vi- gor, y los espantados sólo se ocupaban de pensar

(1) Publicado en el tomo I de la obra citada del señor Al- berto B. Martínez.

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con ansiedad cual podría ser la intensidad y cual la extensión que esta visita alcanzaría.

«Todos, familias e individuos, los que po- dían hacerlo,: abandonaron la ciudad buscando un refugio contra la muerte que se les presentaba a la vista. Entre tanto, el flagelo se extendía con rapidez.; y, a medida que se extendía, ga- naba en intensidad.

«Alcanzó el máximum de su intensidad en Abril, y desde entonces fué decayendo gradual- mente hasta fines de Mayo o principios de Ju- nio,-en que ocurrieron los últimos casos. La epi- demia había dominado toda la ciudad. Sus estra- gos fueron espantosos ; 106,5 de cada 1.000 ha- bitantes murieron ese año, incluyendo en la po- blación, como 60.000 personas que se salvaron huyendo a los distritos rurales.

«Semejante mortalidad estaba más allá de toda suposición que no tiene precedentes en los países civilizados en el siglo XIX; ni es posible descubrir los sentimientos de angustia y de te- rror que se apoderaron de los que sobrevivieron».

«Se tuvo entonces la dolorosa evidencia de que las condiciones higiénicas Buenos Aires eran en extremo- desfavorables y que era asunto de la mayor urgencia investigar y reconocer las causas del ímíal cualesquiera que fuesen los sa- crificios que esto costase. Bajo las sugestiones y consejos de la ciencia y la experiencia se dio principio desde luego a las obras de salubrifica- ción, a ctiya terminación habremos adquirido esa salubridad tan deseada, que es siempre la re-

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compensa de los esfuerzos que el hombre hace para asegurarla».

Algunas décadas después de iniciadas las obras de salubridad, cumplíase ampliamente el pronóstico sanitario del sabio higienista; la mor- talidad de la ciuUad ée Buenos x\ires que él viera oscilar entre 28,1 y 49,9 por mil, desde el año 1861 hasta el de 1875, y excepción hecha del año de la epidemia del 71, debido al pésimo estado de la higiene pública y privada, descendió al 14 por mil, colocándose así a la par de las ciuda- des más favorecidas por su débil mortalidad.

Un otro trabajo, de incuestonable mériito ha legado el doctor Rawson a la posteridad: El es- tudio sobre «Las casas de inquilinato en la ciu- dad de Buenos Aires», monografía donde al des- tacarse el higienista observador y severo, se re- vela el sociólogo que mira lejos, abarcando el conjunto de los problemas del pauperismo, imi- seria imioral, y hacinamiento de los seres humanos, en las grandes ¡migtrópolis.

Describe, con exactitud fotográfica, lo que era en el año 1880, el tradicional conventillb de Buenos Aires, casi el mismo desgraciadamente de la actualidad, con sus funestas consecuencias para los 51.915 personas que los habitaban, par- ticul ai miente para los niños, y los graves peli- gros que esas mismas viviendas, estrechas, hú- medas y sombrias, traen aparejados para la sa- lud de todos los habitantes, sin exclusión de los favorecidos por la fortuna que viven en pala- cios vecinos y lejanos.

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«De aquellas fétidas pocilgas, dice, cuyo ai- re jamás se renueva, y en cuyo ambiente se cul- tivan los gérmlenes de las más terribles enferme- dades, salen esas emanaciones, se incorporan a la atmósfera circunvecina y son conducidas por ella tal vez, hasta los lujosos palacios de los ricos».

Nada escapa a su espíritu analítico. De las malas condiciones higiénicas en que vive el obre- ro, que no repara debidamente sus fuerzas du- rante la noche al respirar un aire impuro, dedu- ce con exactitud, la disminución de sus fuerzas para el trabajo, y por lo tanto su menor valor co- mo factor económico.

Pero la faz más grave de la cuestión, es sin duda la conexa con los problejm'as de la infancia, de suyo delicados y trascendentales : Los milla- res de niños que se revuelven en los conventillos, sucios, descalzos, harapientos, sin espacio donde jugar, faltos de luz y aire, en la tierra 'del aire y de la luz, preocupan sobremanera su atención : Hace notar que esos niños pálidos y mal nutri- dos, son los obreros del mañana y serán una par- te del pueblo argentino, por cuya salud deben ve- íar los poderes públicos y la sociedad misma, has- ta por interesado egoísmo.

El niño de las casas de inquilinato, es el pre- cioso caldo de cultivo para el desarrollo del ba- cilo de la tuberculosis, y para la propagación de todas las enfermedades infecto-contagiosas. Pro- pender a la desaparición de los conventillos es hacer obra de higiene pública y de saneamiento

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moral, suprimiendo así un poderoso factor de degeneración de la raza.

Al estudiar los medios de dar solución sa- tisfactoria a cuestiones tan complicadas, entra a describir y analizar lo que tuvo ocasión de ver en la gran capital inglesa, en uno de sus viajes, co- mo acción social y acción de gobierno, para com- batir los mismos males observados en Buenos Aires y que son patrimonio de todas las grandes ciudades.

Refiere el acto de desprendimiento, y pre- visión social, del banquero norte-americano señor Peabody, quien después de haber residido du- rante largos años en Londres, fué el creador de una verdadera institución de casas higiénicas y baratas, para obreros, merced a la donación que hiciera de quinientas mil libras esterlinas, estatu- yendo a la vez que la renta producida por los alqui- leres, fuese invertida en la construcción de nuevas viviendas con idéntico fin. Merced a tal iniciativa, que encontró imitadores hasta en los poderes pú- blicos, podían ya vivir en cómodas casitas en el año 1863, nada menos que 18.009 obreros. Cuan- tas centenas de miiles más sumarán en la época presente ?

El venerable higienista hizo el cálculo de que, al finalizar el siglo pasado, no menos íie 800.000 trabajadores serían albergados, en ex- celentes condiciones, en los barrios obreros crea- dos por la magnificiencia del capitalista Peabody.

Todo esto se hacía en Londres, y se propa- laba en Buenos Aires medio siglo atrás, y es hasta

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hoy de palpitante actualidad : El conventillo, si- gue siendo una vergüenza para la gran metró- poli de Sud América.

Creeimós cumplir con un sagrado deber médi- co, al hacer revivir las ideas del granmiaestrode la higiene pública, sobre estas cuestiones relacio- nadas con la profilaxia y asistencia social, reco- mendándolas a la especial consideración de los afortunados del dinero, por más que también en esto coincidamos con él, cuando decía :

«No abrigamos la esperanza de que se en- cuentre un Peabody entre nosotros ; no por que falten capitales disponibles, seguramente, sino por que nuestras costumbres y tendencias difieren mucho de aquellos que conducen a actos seme- jantes al que estamos describiendo».

Como se ve, ni en esto se equivocó aquel sociólogo penetrante que tan a fondo conocía la psicología de nuestros acaudalados.

El doctor Rawson, después de efectuar ¡un estudio comparativo sobre estas mismas cuestio- nes en las ciudades de Nueva York y Paris, término al interesantísimo trabajo, presentando un proyecto' de reglamento para las casas de in- quilinato de la ciudad de Buenos Aires, cuya ac- tualidad no ha desaparecido, pues impresas co- rren todas sus clausulas en las disposiciones que hoy rigen sobre este particular.

Después de la lucida actuación del doctor Rawson, en el Congreso Internacional de Medi- cina reunido en Filadelfia, y de una interesante gira por Francia e Italia en 1878, regresó a l3ue-

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nos Aires para reanudar las interrumpidas tareas docentes, consagrándose con nuevos entusiasmos al último y primero de sus am¡ores, al de la cien- cia. Traía como resultado benéfico su viaje por las naciones más adelantadas del orbe, esa proficua cosecha científica y artística que sólo realizan las mentalidades superiores; había ob- servado y aprendido mucho, como lo ptiso de manifiesto en sus admirables conferencias al ini- ciar el curso del año 1879.

Terminado este, el doctor Rawson se encon- traba en el tranquilo retiro al cual se había aco- gido voluntariamente al terminar sus funciones de legislador, rodeado por los libros, sus mejores amigos, cuando tanto él, como todo el país, prin- cipió a intranquilizarse por la marcha de los acontecimientos políticos del año 1880.

Aproximábase el mes del cruento fratricidio nacional, cuando el comercio de Buenos Aires, hondamente preocupado con el aspecto de la lu- cha política, resolvió organizar una manifesta- ción pública a objeto de pedir la paz al presidente de la república. A quien buscar para que fuese el porta voz de los anhelos populares? Cual se- ría el ciudadano augusto, de autoridad y elo- cuencia suficiente para impresionar con la pa- labra a otro príncipe de la elocuencia argentina ? Sólo existía uno, y ese único, abandonó gustoso la quietud de su retiro, para ofrendar su patrio- tismo en aras de la tranquilidad y armonía entre hermanos.

El doctor Guillermo Rawson presidió la im-

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ponente manifestación cívica, de la cual se des- prendiera al llegar a la casa de gobierno, para hacer entrega del petitorio popular al jefe del estado.

Al ser cordialmente recibida por este,- da- ba principio a su sensacional discurso diciendo :

Excmo. señor presidente :

«He sido honrado por las comisiones cuyas peticiones acaba de leerse, con el difícil encargo de esforzar ante V. E. los nobles y patrióticos conceptos que ellos contienen. Pero al encaminar- nos a este recinto, me han conmovido tanto el aspecto que presenta la ciudad, sus calles y sus plazas, que no acierto a encontrar palabras que se acerquen siquiera a la sublime e irresistible elocuencia de esa aglomeración nunca vista en- tre nosotros, coherente, compacta, inmensa, pal- pitando con una sola aspiración y poseída de un solo y ardiente sentimiento. En vez de cuanto pudiera inspirarme el patriotismo, y la misión que estoy desempeñando, me perWito rogar a Y.E, que se acerque a los balcones que dominan el es- pectáculo y lo contemple con el corazón abierto para recibir las inspiraciones puras y calurosas que de allí se levantan»...

Esta alocción del doctor Guillermo Raw- son, fué un inspirado llam'ado a la cordura, una verdadera oración dirigida a la patria y a sus hijos preclaros en favor de la paz, evocando los recuerdos de San Martin y Rivadavia, a,mbos dos veces expatriados, muertos en el extranjero, y cuyos restos llegarían al finalizar ese mismo mes

(le Mayo, en que él pedía tranquilidad y calma pa- ra los espíritus. La sinceridad, y unción patrió- tica que fluía de sus palabras entre giros su- blime elocuencia, impresionaron vivamente los ánimos de cuantos tuvieron la fortuna de oírlo, e impresiona hoy mismio, a cuantos tienen oportu- nidad de leerlo. La figura moral del orador acre- centábase por momentos, hasta dar la impresión evocativa de estar oyendo a Cicerón, cuando se dirigía al Cesar, con su palabra arrebatadora y convincente.

El presidente Avellaneda, que era otro ar- tista admirable en el buen decir, aceptando la in- vitación hecha por aquel gran ciudadano, salió al balcón de la casa de gobierno, para saludar a su pueblo. Apaciguadas las aclamaciones de la injm'ensa multitud, el presidente comenzó su his- tórico discurso con aquella memorable frase de clacicismio griego.

«Salgo a vuestro encuentro, y os saludo con vuestra divisa : j Viva la paz ! »

Para que continuar; todos vosotros cono- céis esa m'agistral pieza oratoria con que el jefe del estado respondiera a los anhelos de paz, que le llegaban en foim'a imponente, y que eran sin- ceramiente los suyos, por más 'que no dependía de su sola voluntad garantizarlos.

El discurso del presidente Avellaneda, estu- vo a la altura del de Rawson, cada uno en su sitial respectivo; eran dos almas dotadas de su- blime patriotismo, dos imlentalidades de exquisita cultura clásica y dos soberanos de la palabra. Fué

aquel un día de gloria imperecedera para la cau- sa de la paz y de la oratoria argentina.

Aquella resultó ser la última vez que el in- mortal tribuno se hiciera ver, en acto público, por el pueblo que tanto amaba.

Al año siguiente, en 1881, emprendía viaje a Europa, pues su visión ocular disminuía de intensidad, no así la mental.

Los estudiantes, que le admiraban tanto co- m'o lo querían, le hicieron objeto de una cariño- sa demostración de despedida, a la cual contesta- ra el venerable maestro, entre otras cosas, in- terrogando a sus discípulos. «¿Cuántos son los que han pasado? Son quinientos, decía el caba- llero que ha dejado la palabra. Quinientos, sí!

«Pero todos están representados en ese an- fiteatro, tan querido para mí, de tal manera .que, como lo decía en otra ocasión, me im'aginaba mirándolo, contemplar las corrientes de un arro- yo, que, se creen siempre las mismia^, compuestas de las mismas partículas, como si fueran inmóvi- les, incontrastables, pensando que hasta las ri- beras que lo circundan, las flores que lo rodean son las mismas, siendo así que todo ha cambiado en la eterna rotación de la naturaleza.

'<Una cosa semejante me acontecía miran- do el anfiteatro, con los jóvenes que se sientan en él.

.<No como se llaman, no conozco sus an- tecedentes, no cual será su porvenir; pero, como las cori:ientes de agua que van pasando delante de los ojos, creyéndoselas mismas, los

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discípulos de hoy, mis hijos queridos en el es- píritu, me traen el recuerdo de los de ayer.

«Así, señores, cualquiera que sea mi des- tino, cualquiera que sea el objeto que me con- duce fuera de Buenos Aires, apartándome de vo- sotros, habrá siempre en un estímulo que imie alentará a no omitir sacrificio alguno, a trabajar con el mayor fervor para hacer adelantar la cien- cia que cultivo con vosotros»...

Y Rawson decía como siempre verdad ; iba al viejo continente por su vista y por la ciencia higiénica que profesaba. Desde años atrás venía preocupando seriamente su atención de hombre observador y deductivo, un serio problema sobre demiografía, relacionado con la mayor cifra de mortalidad del sexo masculino, sobre el femeni- no, durante la primera infancia, y que llegó a su- gerirle la concepción de una teoría que la explir cara satisfactoriamente, en virtud o fundamen- to de una diferencia anátomo funcional en la ma- sa encefálica de los niños de ambos sexos en aquella edad, y cuya paternidad reclamaba con justicia para sí.

Nadie miejor que él mismo lo decía, en carta escrita en Paris, y dirigida a quien fuera su se- cretario y amigo el señor Alberto B. Martínez :

«Pensé como cosa segura, que ciertos cen- tros cerebrales que tienen, por decirlo así, el go bierrío de las funciones prominentes de la vida orgánica, son el asiento de las diferencias anató- micas que yo buscaba».

«Me puse en relación, decía, en el año 1881,

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con Brown Sequard, el digno sucesor de Claude Bernard, en el curso de Fisiología experimental, en el Colegio de Francia». Me acogió con bondad y prestó benévola atención a mi teoría, que acep- taba como probable, y me alentó a continuar en mus investigaciones».

Vi a Mr. Topinard, el discípulo y amigo de Broca, y director de la Revista de Anfropologia, quien puso a mi disposición todos los elementos que poseía, y que podían contribuir a ilustrarme en mis estudios.

«Procuré, finalmente, llevar a cabo la in- vestigación anatómico-histológica con la coope- ración de algunos de mis discípulos, que estu- diaban entonces en Paris, y que desgraciadamen- te, o no tuvieron la oportunidad, o no tomaron bastante interés en el desempeño de mi encargo. De todos modos aquella oportunidad se perdió.

«En estas circunstancias, supe, que Mr. Ber- tillon había venido a Paris, y corrí a saludarlio con el respeto y el cariño que le profesaba. Le ha- blé de mis propósitos ; y cuando le hube expues- to mi modo de ver en la cuestión de la mortalidad de la primera infancia, según los sexos, se ani- mó el pobre viejo de tal manera, que m'e estrer chó la mano con efusión y me aseguró que era esa la primera noción satisfactoria que hubiese oído para la explicación del hecho. Entonces le- vantando la voz, llamó a su hija, la hizo sentar cerca de nosotros, me pidió que le expusiera mi teoría y le señalara los estudios anatómicos ne- cesarios para mi demostración. Me dijo entonces

({lie la señorita estaba empeñada en esos ni (amen- tos, bajo la dirección del Dr. Parrot, en algunos trabajos análogas, para probar la relación exis- tente entre el volumen del cerebro y la longitud del fémur, lo cual la obligaba a efectuar disec- ciones, y la familiarizaba así con la anaíomía cerebral.

'La señorita tomó nota de los puntos c^ue se referían a mi problema, y míe prometió con mucha bondad que se ocuparía de esa investiga- ción, cuando la salud de su padre y sus propios estudios se lo permitieran.

«Todavía en esta ocasión tuve la pena de que la enfermedad de mi am?igo se agravara más y más y de que al fin la ciencia tuviera que per-' derlo. Tampoco entonces mis exámenes pudieron llevarse a cabo.

«Tras de esta serie de contrariedades, vol- ví agüenos Aires ; y al finlogré que el joven y dis- dinguido anatomista Dr. A. Llovet, se encargara de realizar algunas disecciones con los respecti- vos pesos y medidas comparativas, en número de quince, ocho masculino y siete femeninos, resul- tando del conjunto, sin una sola contradicción, que mis previsiones eran exactas, y que yo ha- bía previsto en realidad, la explicación del fenó- meno fisiológico y demográfico del que por tan- to tiempo y con tanta dedicación me había ocu- pado».

Digamos, ahora, dos palabras sobre el doctor Rawson bajo la faz profesional.

Este maestro sublime, no fué médico en el

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sentido vulgar de la palabra, no ejerció el comer- cio de la medicina, porque consagró toda su cien- cia ííalénica, al ejercicio del apostolado médico.

La clínica médica atrajo desde un princi- pio la atención preferente de su espíritu investi- gador y lleno de inspiraciones, y gozó de justa fama como especialista en enfermedades internas. La sociedad y el público de Buenos Aires le consa- graron su confianza, viéndose el consultorio que atendía en la calle Suipacha, todas las tardes, ab- solutamente lleno de enfermos de diversas ca- tegorías sociales.

Allí atendía a los peregrinos de su fé, con igual bondad y desinterés, aquel patriarca de la miedicina, ya fuesen ricos o pobres, sin aceptar jaimás otra clase de remuneración a sus servicios, que la gratitud y cariño de sus clientes. Esto lo saben sus discípulos que me escuchan, y millares de favorecidos con su altruisimb.

i Qué raro y noble ejemplo para nuestros días y para las generaciones médicas venideras!

Era médico sí, pero como los filósofos de la Grecia antigua y pagana, filosofaba y ejercía la toiedicina social. Curaba evangelizando.

Rawson vivió y murió pobre de dinero, pero multimillonario en virtudes y abnegaciones por nadie superadas.

Tan pronto como hubo regiesado al país, el doctor Rawson, se hizo cargo nuevamente de la cátedra fundada y realzada por su talento.

Al frente de ella, en 1883, sin que él lo sos- pechara, rodeado por sus libros, al calor de la

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amistad y devoción de los discípulos, le sorpren- dió la noticia de que el Congreso de la Nación ha- bía votado su jubilación, o retiro, en mérito a los relevantes servicios prestados a la patria.

Aquel justo homenaje tributado por el par- lamento a quien fuera uno sus más esclare- cidos miembros, intranquilizó la paz de su almia puritana y modesta en grado superlativo.

Habíanse exagerado sus pobres servicios al país y a ]a enseñanza, decía, y no se creía merece- dor a la protección del estado, no obstante la preca- ria situación económica y de salud porque pasaba en esos días. Pero la aceptó al fin, creándose el compromiso de consagrar los últimos años, y fuer- zas mentales que aún le quedaban, a escribir una obra sobre Higiene pública que legaría a su país en com'pensación al honor recibido ; más los años que se precipitaban con torpeza, tan sólo le per- mitieron escribir sus recomendahh^s Observacio- nes sobre Higiene internacional >.

Pero olvidaba el viejo maestro, en su U'O- destia franciscana, que su miagna obra, de ciuda- dano y de médico, ya la había legado, a su pa- tria idolatrada, en el parlamento y on la Fa- cultad de Medicina.

Corhocida tal noticia por los estudiantes, ^e precipitaron en entusiasta manifestación, no des- provista de cierto dejo de pena por la pérdida del catedrático incomparable, a cumplir con un de- ber de gratitud y testimoniarle, públicamente, la admiración afectiva que le profesaban.

«Nosotros recordaremos y recordamos siem-

pre, decíanle, como un alto beneficio concedido por la suerte, el haber recogido en vuestras lecciones el germen de las grandes ideas, y de la aspiración santa y noble de contribuir al progreso y al bie- nestar de la humanidad (1)», y el venerable an- ciano respondía conmovido, a sus hijos espiritua- les, al alejarse contristado de la cátedra, con uno de sus bellísimos discursos, que perpetúa la obra del señor Alberto B. Martínez ya mencionado, y del cual sólo reproduciremos los párrafos si- guientes :

«Yo pienso, señores, que las cuestiones de liigiene son las que han de resolver la prospe- ridad de nuestro país, no sólo en lo físico, sino en lo nioral y en lo psic;ológico. Pienso que es ne- cesario difundir las nociones de la higiene, po- pularizarlas, habituar a la sociedad con estas maravillas de la ciencia que han llegado a pro- ducir los fenómenos asombrosos que encontra- mos realizados en las grandes poblaciones del mundo; y imb ha ocurrido, comjO un medio de manifestar hulmildemente la profunda emoción de gratitud que me ha agobiado desde hace dos Ine- ses, cuando el congreso me favoreció de una ma- nera tan inmerecida de mi parte, tan generosa, tan delicada de parte de los representantes de mi país, Imle pareció que podía contribuir de al- guna manera a este fin, a este propósito de di- fundir las nociones científicas, de determinar el espíritu de estudio y de observación en esas gran-

(1) Ketrato del doctor liawson nor el doctor Francisco Cabos, 1891.

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des materias, y voy a pedir a la Facultad de Ciencias Médicas, a la cual todos pertenecemos, que determine consagrar una parte de aquello que el congi'eso ha dedicado como una remunera- ción de mis pasados servicios exagerados en su aipreciaeión, para constituir un concurso anual que durará tantos años cuantos durará mi propia existencia, para los trabajos de higiene práctica que se destinen al concurso.

«Entonces me parece que, no por la m'odes- ta suma de dinero que figura en esto, sino por la alta gloria de concurrir al servicio de la patria, ilustrándose con el estudio y con la profunda ob- i^ervación de los hechos que nos rodean y to- do lo que el mundo adelanta en esta m/ateria, con- currirá cada uno de ustedes y cada uno de los que se encuentran en condiciones análogas, con su parte de trabajo, y me parece, señores, que el día en que este concurso se haya realizado, en que el premio se haya dado, la persona que lo obtenga merecería de la República Argentina, de los hombres pensadores, la consideraci(3n de los hombres de ciencia, los más altos honores que puedan tributarse al talento y al genio. (Aplau- sos).

«Estoy seguro de que, ustedes están aquí presentes, y tantos otros que no me escuchan, han de concurrir presurosos en obsequio de su glo- ria. Y entonces se ha de realizar la interpretación de un rayo de luz que he visto resplandecer en los ojos de ustedes, por que el era la revelación del porvenir». (Aplausos).

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Ya se ve, señores^ como la modestia fué la compañera inseparable' de la cordura y del sa- ber: Los generosos deseos y la visión nítida so- bre el porvenir científico de nuestra Fai?-ultad, de aquel maestro, dechado de abnegaciones^ se cum- plía, en la medida de sus anhelos, dos años des- pués de confesados a sus discípulos, y mientras residía en Paris, en Abril de 1886.

Como él lo dispusiera, la Academia de Medi- cina había creado oportunamente el premio (< Gui- llermo Rawson», y abierto el concurso para el mejor trabajo que se presentara sobre Higiene pú- blica.

Vencidos los términos, y conforme al dicta- men del jurado, la Academia resolvió acordarlio al autor del trabajo sobre la «Morbilidad y mor- talidad infantil en Buenos Aires», tema y cues- tiones que tanto habían preocupado la atención del creador del premio.

Al ser abierto el sobre que encerraba el nom- bre del autor, se vio que la suerte había dispues- to con delicado acierto, que la recompensa del maestro genial la obtuviera uno de los sobresa- lientes discípulos del primer curso inaugural de la cátedra, el que siguió sus huellas luminosas, el' que tuvo la preparación necesaria para suce- derle en la cátedra, el que ha venido a oír este pálido panegírico consagrado á quien lo inicia- ra en la ciencia de la higiene pública y que, sin saberlo, nos brinda la ocasión única de con- sagrar un aplauso sonoro al maestro inmortal, en

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la persona de su talentoso e infatigable discípu- lo doctor Eniilio R. Coni.

Señores :

La vida excelsa del doctor Rawson, es un faro de purísima luz moral destinado por la pro- videncia a iluminar la senda del deber, a todas las mentalidades argentinas, en el decurso del tiempo.

Los ciudadanos, deberán imitar siempre el ejemplo de su viril actitud, frente a la tiranía mansa pero encarceladora de Benavidez en San Juan, cuando defendía, sin mirar peligros, el im- perio de la libertad y de las leyes. Los legisla- dores, no perder de vista su extraordinaria 'y fe- cunda labor parlamentaria, ni la forfma e intensi- dad en que fué un celoso cumplidor de sus de- beres y defensor de los fueros del congreso. Los ministros, seguir su ejemplo de acatamiento a los llamados de las cámaras, de organización moral y administrativa, de iniciativas fecundas, de religio- respecto a la constitución, de culto a sus prin- cipios democráticos, y de digna altivez para de- clinar la cartera cuando el caso Hega. Y los mé- dicos, profesores o no, somos los más obligados a no perderlo de vista, porque él fué quien nos diera desde la cátedra el más elevado y brillante ejemplo de ética profesional : Con su alm:a tem- plada al calor de los más puros y generosos sen- timientos, hizo de la m-edicina objeto de abnega- ción y virtud, y no de lucro, de consuelo y amor

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a los semejantes, y no de especulación comercial, y fuente inagotable de satisfacciones para el es- píritu, y no de sensualismos para el cuerpo.

El día feliz en que todos, o la mayor parte de los argentinos, imitemos el noble ejemplo de la vida de aquel augusto ciudadano, dejarán de te- ner razón de ser aquellas palabras proféticas del gran pensador Juan Bautista Alberdi cuando de- cía, medio siglo atrás, hablando de nuestra de- mocracia aún embrionaria :

«No se comprende el objeto con que el Es- t9,do gasta una parte de su tesoro público en Uni- versidades, en Colegios, en Facultades de de- recho, en cátedras de leyes y de ciencias políti- cas sociales, para que los graduados én estas ma- terias, los primeros abogados y doctores vengan a te7ier 'por leader s y jefes de sus partidos políti- cos y conductores de sus obras de organización social y política, a meros aficionados de esas cien- cias, o tinterillos., que no han puesto el pie jamás en una Universidad., colegio, ni escuela de de- recho».

El doctor Rawson debió mirar los triunfos científicos alcanzados por sus discípulos, desde lejos, y allá en la ciudad luz, y quizás entre las tristezas de la edad y añoranzas de la patria, con esa satisfacción infinita con que los padres sienten prolongar su existencia en la vida de los hijos. Dejaba su obra, la gran obra de toda su fecunda vida definitivamente concluida. Había culminado en el parlaimiento, triunfado en el mi-

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nisterio, deslumhrado en la cátedra, y escuchado el claimoreo amoroso de su puehlo agradecido. Qué miás podía aspirar para la gloria de su nomhre?

Es verdad que falta aún el mármol modela- do en la .pla^za pühlica, evocador de sus virtudes y talentos, como faltan los de Alberdi, Manuel Au- gusto Montes de Oca y otros, quizás porque no llegaron a ser presidentes de la Repúhlica, por más que tuvieron sobrados títulos para serlo, pe- ro la justicia postuma, a veces tardía, llega fa- talmente.

La dolencia visual y las molestias propias la edad, mortificaron el alma de aquel varón justo y fuerte en los últimos años de su vida, pero sin conseguir arrancar a sus labios una sola palabra de protesta. Tenía la tranquila resignación del filó- sofo y del creyente. Observó sin inmutarse que po- co a poco disminuía la luz para sus retinas y e] movimiento de sus músculos. El andar ya era lento e inseguro. Marchaba mirando al cielo como todo el que implora una gracia de los dioses tutelares. Sabía con certidumbre que el sol de su existen- cia se ocultaba ya en el ocaso, sin que^ al acercar- se, las tinieblas de la eterna noche amedrantaran su espíritu de varón fuerte. Sus ojos, que mira- ron el radioso porvenir de su pueblo y de la Hi- giene pública, celestes y blancos, como los co- lores emblemáticos del símbolo de la patria que tanto amara, cerráronse plácidarntente el 20 de Febrero de 1890, en París, en humilde acatalmien- to a las leyes eternas de la naturaleza, en el pre-

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ciso instante, en qué se abrían las páginas de la. historia, para honrarse inscribiendo en ellas e] líombre glorioso de Guillermio Rawson. '

Cantón, Elíseo

Conferencia sobre el Dr, Guillermo Rawson

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